Castilla y León afronta un nuevo tiempo político desde este viernes, con la toma de posesión del cargo de presidente de la Junta por parte de Alfonso Fernández Mañueco. Cierto es que quien ha asumido tal honor es un político del Partido Popular, formación que lleva ya 32 años ininterrumpidos de gobierno autonómico, pero no lo es menos que las circunstancias en las que lo va a hacer permiten a priori definir este período como un nuevo tiempo. Son varias las razones para ello. De un lado, la propia composición de un Ejecutivo con miembros de dos partidos (PP y Cs) que, sobre todo en el ámbito nacional, rivalizan por liderar el centro derecha. De otro, el difícil equilibrio de fuerzas en el Parlamento regional, donde el partido mayoritario, el PSOE, respira por la herida de lo que pudo ser y no fue. Y dicho queda ya que el atomizado grupo mixto, con cuatro fuerzas políticas y un total de cinco procuradores, va a pintar poco o casi nada en esta décima legislatura que acaba de arrancar. Tanto es así que las llamadas cuestiones de Comunidad, aquellas que realmente dejan huella por encima de colores políticos, van a toparse con ese escenario parlamentario inhóspito o, cuanto menos, complejo y abigarrado.

Tiempo nuevo porque, además, el presidente tendrá a su lado a un portavoz y único vicepresidente de otro partido distinto al suyo y, aunque a ambos les unen objetivos comunes, no va a ser una unión basada precisamente "en el amor" -Francisco Igea dixit-. Pero debe de ser verdad aquello de que la política es el arte de lo posible (o más bien habría que decir de lo imposible) y aquí tienen una prueba más del algodón, con un gobierno en coalición donde es de suponer que, como sucede con la pasta dentífrica, lo que salga por la boca ya no podrá volverse a meter.

Alfonso Fernández Mañueco es el séptimo presidente de Castilla y León. Una responsabilidad ambicionada sin remilgos por quien, y a tenor de su dilatada trayectoria política, pareciera fiel lector de la obra de María Zambrano. Fue la filósofa y escritora malagueña la autora de la célebre frase que reza: "Todo lo que el hombre ha hecho en la historia lo ha soñado antes", un enunciado que bien puede aplicarse al dirigente salmantino, capaz de soportar con paciencia las más truculentas embestidas sin despeinarse el flequillo. Créanme, al nuevo presidente de la Junta no le va a temblar mucho la mano a la hora de tomar decisiones, aunque a decir verdad antes las habrá repasado una vez o decenas de veces si así hiciera falta. Diríase que Alfonso Fernández Mañueco piensa desde hace años que sólo con el paso del tiempo y con una trayectoria se llega al reconocimiento, en política como en todo lo demás.

A pesar de la debilidad parlamentaria y de que va a presidir un Ejecutivo integrado por dos partidos, no le irá mal si es capaz de no separar el ser y el estar. Y me explico. Un político es, por encima de todo, un ciudadano (el ser) que durante un intervalo de tiempo ejerce una actividad pública (el estar). Mientras ambas cuestiones vayan asociadas de manera inequívoca, la cercanía a la gente se percibirá más pronto que tarde, asumiendo desde el principio que el ejercicio del cargo es una delegación otorgada por los propios ciudadanos y no otra cosa. Ahí radica la vocación de servicio público y una clave esencial del éxito político. Por el contrario, todo lo que sea confundir eso con un poder omnímodo y, peor aún, desarrollarlo con displicencia, acabará no solo por agrandar la desafección entre sociedad y sus dirigentes, sino que diluirá el efecto casi hedónico que produce toda novedad institucional entre los administrados.

Por ello, y al margen de las circunstancias políticas, mientras se ejerza con nobleza ese indisoluble binomio que es el ser y el estar se habrá andado una parte fundamental del camino. Lógicamente hay otros muchos factores, pero al menos así se habrá fijado el marco idóneo para que incluso este tiempo que ahora se abre sea también un tiempo político nuevo.

El propio Fernández Mañueco, parafraseando a Miguel de Unamuno, lo dejó claro al final de su discurso en la sesión de investidura: "Procuremos ser más padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado". Pues eso ahora está en sus manos.