A los ojos de no pocas personas que, desafortunadamente, no tienen fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la adoración de la misma puede parecerles algo inútil e innecesario. Pero la realidad es muy distinta de la que aparenta ser: y es que necesitamos desesperadamente caer postrados a sus pies, experimentarnos criaturas y sentiros propiedad del Dios Creador. La vida se ordena y pacifica exponencialmente desde el momento en que uno se sitúa en el lugar que le corresponde y se deja atrapar por aquel que le quiere divinizar, haciendo partícipe a su naturaleza humana de algunos de sus dones. Todo eso puede sonar a música celestial a una mentalidad descreída y pragmática que se cuela e intoxica las filas de algunos cristianos de Iglesia; por ejemplo, resulta más típico y fácil valorar las obras de caridad de misioneras como Sta. Teresa de Calcuta. Pero a ella misma le gustaba aclarar que todo esa "acción social" es posible gracias a Aquel que las mueve a ello, ya que para poder servir (y más en condiciones de pobreza extrema) primero hay que amar. Solo adorando primeramente a Cristo se le pude reconocer y servir después en los más pobres y marginados.

En este sentido a uno no deja de descolocarle aquel pasaje evangélico en el que Jesús (a pesar de su incansable y frenética actividad en favor de los necesitados) respalda a María a la hora de elegir entre ella y su hermana Marta, tan ocupadísima que estaba sirviendo. Pararse y sentarse a los pies del Maestro para recibir de Él lo que cada uno necesitemos, requiere vencer la tentación de llenar hasta el último minuto del día en cosas que, humanamente, estarán muy bien pero que no son el Sumo Bien.

Con tantos "ruidos" y esa constante hiperconexión a mil pantallas y aparatos electrónicos, parece que fuera misión imposible hacer unos minutos de silencio diario en nuestras ajetreadas vidas. Precisamente por ello se hace más apremiante que nunca, para nosotros y para las nuevas generaciones, establecer conexión con Aquel que nos ha dado la vida y que quiere que tengamos vida de verdad: intensa y profunda. Nunca olvidaremos aquella adoración histórica que vivimos casi dos millones de jóvenes de los cinco continentes; en total silencio y por tiempo prolongado (bajo aquella tormenta), postrados ante el Santísimo Sacramento, en el Aeródromo de Cuatro Vientos (Madrid), en la JMJ con Benedicto XVI.

Para "conectar" con Él necesitamos, al menos, tres valores que están en crisis en esta sociedad de la que somos hijos, pero que cultivándolos en la Adoración del Santísimo vienen a ser la mejor terapia que combate toda clase de mal: el silencio, la atención y la receptividad. Volveremos a ello.