Hay que tomarse a cachondeo la enfermiza obsesión por ser ministro que tiene Pablo Iglesias, desde su llegada a la política, puede que incluso antes. Los aires de nuevo rico de Pablo Iglesias e Irene Montero, encajan mejor si el líder podemita viste terno de ministro. Las pretensiones del podemita no se circunscriben única y exclusivamente al casoplón de Galapagar. A mantener, prietas las filas y ojo avizor en la caseta exterior que ocupa el retén de Guardias Civiles que pagamos todos los españoles para su mayor seguridad. Pablo Iglesias no quiere ser ni siquiera estar en la oposición por muy privilegiada que sea al contar con los afectos de Pedro Sánchez. Pablo Iglesias quiere ser ministro de Sánchez en su próximo Gobierno. Prefiere ir como rémora, sentado en sillón preferente ministerial y traído y llevado de Galapagar a Madrid y de Madrid a Galapagar, a bordo de un coche oficial, de lunas tintadas y chofer uniformado. En esto la ortodoxia de Iglesias es abrumadora

El chico ha prosperado y quiere marcar diferencias con sus antiguos vecinos de Vallecas y con sus correligionarios, con los de Vistalegre I y II. Los del III no sé si acudirían en masa con tantas diferencias de clase. Muchos han caído en la cuenta de que ya nada es igual, de que no vale mantener la nostalgia y pasan. Pasan de Podemos al PSOE que es el partido político que, en realidad, Iglesias aspira a manejar. Ahora quiere introducirse cual caballo de Troya para, de esa forma, trabajar mejor desde dentro como ministro. ¡Y de Trabajo! Aviados vamos los trabajadores. O acabamos engrosando la estadística de Foessa o todos convertidos en propietarios de casoplones como el de Galapagar. Entonces, a ver quién trabaja. Esto sería el caos. Y en el caos, Iglesias se mueve como pez en el agua. Su figura nació del caos, no lo olvidemos.

La obsesión de Iglesias por convertirse en ministro de Sánchez no sé si es malsana o infantil. Coge unas pataletas que son dignas de estudio psiquiátrico, como poco. Ser ministro, en principio del Gobierno de Sánchez, es el sueño de Pablo de Galapagar, que no de Tarso. Sueña con la cartera de ministro. Se despierta envuelto en sudores. Quiere ser un ministro con toda la cartera, de los que mandan mucho, de los que cortan el bacalao para comérselo él solito. Quiere estar en primera línea, pegadito a Sánchez, ni un solo paso atrás. Eso lo deja para los cobardes y los parias de Vallecas y Vistalegre. Pablo Iglesias está llamado a desempeñar grandes proyectos como el del casoplón, siempre destinados a su mayor enriquecimiento y gloria.

Le gusta lo bien que suena lo de ministro Pablo Iglesias y no hace más que ronear al oído de Sánchez invitándole a probar, para que se entere de lo que es tener un podemita de lujo al frente de una cartera importante. Nada de Nuevas Tecnologías, nada de Fomento ni Transición Ecológica, eso para los verdes. Pablo aspira a la cartera de Trabajo. Vamos a que se la lleven otros, a que trabajen otros mientras él, al más puro estilo yanqui, estira las piernas sobre la mesa, se toma un 'bourbon' y a parlotear todo el día con Echenique, con Monedero, con Montero y otros hijos de la casta reconvertidos ahora en especuladores millonarios.

O le hacen esta vez ministro o le da la legislatura a Sánchez. Y Sánchez como un corderito, parece dispuesto a darle el caprichito al nene. Como si ser ministro fuera un juego, cuando en realidad el damero es España y las figuras somos los españoles, manejados, cuántas veces por manos torpes, manos incompetentes, manos interesadas, manos amigas de lo ajeno, manos vagas. Podemos prioriza hacer a Iglesias ministro. Una obsesión que se ha tornado enfermiza.