Dicen que Alfred Hichtcock se inspiró en el cuento "El cuervo", de Edgar Allan Poe, para escribir el guion de una de sus películas más afamadas, "Los pájaros". Sea más o menos cierto, el cineasta británico y el escritor y periodista americano tuvieron la desafortunada habilidad de "helar la sangre", diría Gustavo Adolfo Bécquer, a quienes se sentaban ante la pantalla de cine o abrían las páginas de un libro.

Así, como Hichtcock, aparecía Narciso Ibáñez Serrador ante el espectador antes de presentar sus célebres "Historias para no dormir", el hito televisivo que se encargó de introducir el género de terror en los hogares españoles, cuando hacía décadas que Europa -España, tarde una vez más ante una cita- ya disfrutaba batallando contra los nervios frente a la pequeña pantalla. Chicho -cuyo fallecimiento este viernes a los 83 años sembró las redes sociales de sinceros reconocimientos de compañeros, políticos o ciudadanos- hizo del sarcasmo el hilo conductor de sus interpretaciones. Todavía hoy, cuando regreso a aquellas viejas "Historias", Ibáñez Serrador vuelve a engañarme, una y otra vez, sobre la naturaleza de sus propósitos.

Varias razones grabaron a fuego aquellos relatos en la mente de los españoles, traumatizados desde el prólogo, ante aquel portazo en blanco y negro, decorado con sangre y un imborrable, estremecedor, grito. Más que televisión, Ibáñez Serrador hizo cine para la pequeña pantalla, durante las tres etapas del proyecto, entre las décadas de los sesenta y los setenta. A medida que la modernidad fue llegando a la televisión, las nuevas modas comenzaron a condenar al realizador natural de Montevideo. En el año 2000, la televisión publica recuperó su premonitoria "El televisor" como anuncio de una cuarta entrega que nunca llegó.

Déjenme detenerme en "El televisor". Ibáñez Serrador se remitió a menudo a este programa en concreto, rodado en color en 1974, con su padre, Narciso Ibáñez Menta, como protagonista. Esos 65 minutos explican por qué Chicho fue un adelantado a su tiempo, al nuestro. Un padre de familia común, responsable y trabajador, sacrificado por su familia, acabará perdiéndolo todo ante el descubrimiento de la droga que destrozaría su vida: "ver televisión". ¿No podría una prolongada caída mundial de Internet y de las redes sociales liquidar nuestra civilización?

Descubrió el realizador, último Goya honorífico, a una fenomenal generación de actores, bregados en el cine y en el teatro, que puso a trabajar en torno al miedo. Sus guiones, camuflados con la falsa identidad de Luis Peñafiel, colocaron ante las cámaras de Televisión Española a Manuel Galiana, Estanis González, José María Caffarel, Manuel Tejada, Lola Gaos, Agustín González o el clan de los Gutiérrez Caba.

Pero hubo un actor a quien confió los mejores papeles: su padre. Chicho declaró repetidamente su admiración por Ibáñez Menta, que bordó personajes como los protagonistas de El trapero o El último reloj. En el prólogo de sus "historias", sus palabras se convirtieron en una intencionada declaración de un valor capital: la familia. No en vano, sus padres -su madre Pepita Serrador también era actriz- y los libros fueron la gran fuente de inspiración de la dilatada carrera del director de cine.

En ocasiones, fue cuestionado por su escasa producción cinematográfica, a pesar de que era un arte que, a todas luces, dominaba. "Hice el cine que me dejaron hacer", se justificaba. Ibáñez Serrador nos legaría, no obstante, dos obras de arte, la celebrada "La residencia" (1969) y, sobre todo, "Quién puede matar a un niño" (1976), elogio de la crueldad.

No he hablado hasta este momento de su producto estrella, al menos a ojos de los veinte millones de españoles que se reunían frente al televisor en los setenta y ochenta para vibrar con su "Un, dos, tres... responda otra vez". Y no es que no tenga en la memoria las voces chillonas de la calabaza Ruperta o del Chollo -qué clase de criatura era esta, por cierto-, pero no es ese el propósito de estas líneas. Sino, mi gratitud personal -y entiendo que la de muchos otros- por regalarnos a otro genio: Edgar Allan Poe.

"Historias para no dormir" siempre mantuvo el tipo en la pantalla, pero logró la excelencia cuando el guion traducía los cuentos del mago del terror. Porque Poe se convirtió en una especie de dios personal de Ibáñez Serrador. Adaptó alguno de sus cuentos insignes, no una, sino varias veces. Y encargó el liderazgo del cásting a su propio padre. En "El pacto", Ibáñez Menta encarnó con maestría al controvertido doctor que quiere experimentar el llamado "magnetismo animal" en la resurrección de seres humanos. El terrorífico "El tonel de amontillado" inspiró "El tonel"; "Berenice" sirvió para dar vida a la miserable existencia de "El trapero" y "El corazón delator" desquició a más de un televidente en "El último reloj", donde Ibáñez Menta hace tándem con el genial Manuel Galiana, actor fetiche de Serrador.

Y volviendo al principio, siempre nos quedará "El cuervo", el relato biográfico de la malograda vida de Allan Poe. La obra, cuya traducción al español debemos a Julio Cortázar, consiguió deprimir a más de un espectador, que caería presa de la desazón y el infortunio del escritor y periodista americano. Aquel reiterativo "Nunca más", entonado por un majestuoso cuervo posado en la ventana de su vivienda, enmarcaría una nueva obra de arte, encarnada por el actor español Rafael Navarro. Quizá sea cierto que "nunca más" haya genios como Hichcock, Allan Poe... o Ibáñez Serrador. Entretanto, permítanme que vuelva a ver cualquiera de sus historias... estoy dispuesto a no dormir.