Hay veces que cuando tengo sueño, estoy cansado o tengo alguna preocupación por algo o por alguien no soy capaz de dormir. No sé si a te habrá pasado alguna vez, pero si se lo digo a alguien me dice: "cuenta ovejas". Estoy seguro que todos, ante la desesperación o por si acaso funciona, lo hemos hecho y, a la voz de "vamos a contar ovejas", empezamos a verlas saltando dócilmente por encima de una valla de madera, hasta que hay una que, sin saber por qué, se planta y no salta. Para solucionarlo, la primera opción es obligarla a saltar, pero será difícil si no habla el mismo idioma que el pastor; la segunda es descubrir qué le pasa, que puede ser todavía más difícil, porque no entra dentro de las previsiones normales en las que el pastor manda y la oveja obedece. Y, ¿para qué tanto cuento?, pues para intentar descubrir algo que Palabra de Dios nos ofrece hoy. Vivimos nuestra fe por inercia, como las ovejas que saltan la valla. Establecidos en nuestros gustos y costumbres, en nuestro poder y derechos, como aquellos que insultaban a Pablo y Bernabé por anunciar el Evangelio a los paganos que, como aquella oveja que se paró en el sueño, rompieron la inercia.

Para descubrir, en nuestro tiempo, la ruptura de las inercias en el camino de la fe y el desarrollo de la vida cristiana no tenemos que irnos muy lejos (ni al Vaticano, ni a las misiones). Es tan fácil como entrar en nuestra propia vida, en nuestra comunidad, en nuestro pueblo o ciudad y contemplemos, como en nuestro sueño, a la oveja que no salta en la reciente celebración de la Semana Santa o en las celebraciones de los sacramentos de la Iniciación cristiana (bautizos, primeras comuniones y confirmaciones para que nos entendamos). Cuantos desencuentros y sinsabores entre pastor y ovejas donde, en ocasiones, la única respuesta es obligar a la oveja a saltar la valla de madera porque ni la oveja entiende el idioma, ni los pastores recuerdan el lenguaje de las ovejas para comprender lo que le pasa.

Tal vez, la clave está en que "el Cordero es su Pastor", como nos dice el Apocalipsis, o, el papa Francisco, "ser pastores con olor a oveja", que no es tener las ovejas en medio de nosotros como el que se sirve de ellas en su sueño, sino meterse en el sueño de las ovejas y descubrir cómo nos hablan del Sueño de Dios para ellas. Digamos Sí al Sueño de Dios para no hacer que Dios sea un sueño que nosotros nos hemos creado, pues también nosotros, como rezamos en el Salmo 99, "somos su pueblo y ovejas de su rebaño", llamados a escuchar la voz del verdadero Buen Pastor que nos da la vida eterna. O, si prefieres, como canta Manuel Carrasco: "Te quiero. No dejes de soñar, amigo".