Para los que quedamos aquí después de que en la tarde del Domingo de Resurrección las aguas terminen de volver a su cauce y las riadas de visitantes a sus lugares de origen, el lunes será mucho más que "el día después". Mañana el día será el Pepito Grillo que como cada año nos recuerda que no estamos haciendo bien las cosas, o no nos las están haciendo, cuando resulta que son tantos de los nuestros los que se van y muy pocos los que quedamos al ruido del Duero.

Pepito Grillo golpeará desde dentro en nuestras sienes recordando a padres que sus hijos, a abuelos que sus nietos, vinieron en fugaz visita, probablemente llena de algarabía. Si son jóvenes con mayor alegría que cuando llegan otras fechas, incluidas las Navidades. La Semana Santa de Zamora hace que bajo nuestra epidermis sobria, austera y habitualmente tranquila entren en ebullición pequeñas burbujas saltarinas que activan los recuerdos y nos transportan cada año a otros años ya pasados en los que una emoción, un descubrimiento a la vida, una amistad, un amor incipiente o una pasión exaltada, un encontrar o un perder, nos permiten reconocernos en nuestra existencia.

Como ninguna otra indicación en el calendario zamorano, los días de Pascua trenzan la columna vertebral, el hilo conductor sobre el que se enhebra nuestra frágil memoria. Ver pasar a un Cristo, una Virgen, escuchar el son de una corneta, el batir de un tambor, "Thalberg" o "Mater Mea" y recordar la mano de un padre, la lágrima de una madre, el cálido contacto de la mejilla amada, el abrazo intenso de la vida con aroma de "Nenuco" entre olor a incienso y garrapiñadas son para muchos -para casi todos- de nosotros el cordón umbilical que nos ata a nuestra tierra ancestral.

Mañana Pepito Grillo nos dirá con dedo acusador: "Ecce Homo", eres solo el hombre al que la vida lleva según su capricho por el cauce, ahora ancho, ahora estrecho de su río, arroyo, torrente? También nos dirá "eres solo Zamora" a la que la diáspora y el exilio condenan a la permanente envidia de otros tiempos, a la añoranza de su tierra por aquellos que han tenido que irse fuera como nos proclama el laberinto de historias, tan íntimas como universales, colgado de la marquesina de La Marina por Víctor Hernández "Kolorez". Historias que penden de un hilo como el que gracias a Ariadna salvó a Teseo y le permitió dar muerte al monstruo minotauro.

Fotos e historias que bailan según el viento que las desplaza, une y separa, hace golpear entre sí y entrelaza mientras las observamos entre expectantes, curiosos y divertidos. Con los pies en el suelo, pegados a nuestra tierra, los que quedamos veremos esta tarde el retorno de la diáspora y la vuelta del silencio. El alejarse del bullicio mientras cae, de nuevo, la losa de la quietud sobre Pepito Grillo y los que quedamos.

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