La mitad de los rescates que llevaron a cabo los bomberos de la capital durante el último año tenían como tristes protagonistas a personas mayores que vivían solas y que sufrieron algún tipo de accidente sin poder obtener otra ayuda más cercana. Es el drama diario de una sociedad en la que cada vez son más frecuentes las muertes de ancianos que se descubren transcurridos varios días, con suerte, si su entorno los echa de menos. Sucesos escalofriantes que dejaron de ser patrimonio de las deshumanizadas grandes urbes con casos sucedidos hace un año en la capital zamorana y amenaza ya al mundo rural, donde los lazos vecinales han sido, durante generaciones, el antídoto contra la peor enfermedad a la que se enfrentan las personas de edad avanzada: la soledad.

Zamora es la provincia de España que encabeza los índices de envejecimiento, con mayor población octogenaria. El colectivo de mayores de 65 años alcanza casi un tercio de la sociedad zamorana, con todo lo que implica en gasto social y atención sociosanitaria. Pero, más allá de la cuestión presupuestaria para cubrir derechos que son básicos de toda la población, porque los más afortunados formarán parte de dicho colectivo antes o después, la pregunta es si el sistema administrativo actual está preparado y dispone de mecanismos suficientes contra las consecuencias de tan amplio sector de ciudadanos envejecido, solo y, a menudo, desinformado en los casos de mayor vulnerabilidad.

En la provincia zamorana más de 21.000 personas mayores vive sola en casa, la mayoría mujeres. Unos 1.700 de ellos lo hacen en viviendas cuyas condiciones de habitabilidad son, cuando menos, cuestionables. Al mismo tiempo, los mayores zamoranos se encuentran entre los más independientes de Europa, según el Índice de Envejecimiento Activo elaborado por la Consejería de Igualdad de la Junta de Castilla y León que sitúa a la provincia por encima de las medias nacional y europea. Tres de cada cuatro mayores viven independientes en su propio hogar.

Durante los últimos años han crecido las prestaciones de ayudas y asistencias, paralelas a la Ley de Dependencia, pero, sobre todo, ha florecido el asociacionismo, con más de 200 agrupaciones de mayores en la provincia de Zamora creadas, precisamente, para romper el aislamiento que suele acompañar al avance de los años y a una menor movilidad. La actividad va ligada, evidentemente, a preservar en buena forma las condiciones físicas y mentales. Cuando eso no ocurre, nos encontramos a casos con difícil solución y que no pueden considerarse aislados, puesto que se trata de un problema que se extiende en la misma medida que avanzan enfermedades como las demencias o el alzhéimer.

El caso del octogenario de Bermillo de Sayago relatado en estas mismas páginas de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA el pasado mes de febrero ilustra con absoluta crudeza la letal combinación de soledad y deterioro cognitivo. La suerte de vivir en un entorno solidario y pequeño en población ha sido, hasta ahora, la única garantía de que sigue vivo. Nada más. Sus vecinos se encargan diariamente de hacerle llegar comida desde que el anciano, cada vez más impedido y desorientado, se encamó en su casa, visiblemente descuidada, y vigilan, cada mañana, si las sábanas se mueven para atestiguar que sigue vivo. Los servicios sociales han intentado convencer al mayor, en vano, de que ingrese en una residencia donde se le puedan garantizar cuidados. Y mientras se niegue, la Administración nada podrá hacer porque prevalece la voluntad del ciudadano, salvo que se ponga en marcha el desagradable y largo proceso de inhabilitación. Si el anciano está solo, esa posibilidad se convierte en una quimera.

Por tanto, resulta evidente que, además de todas las políticas de envejecimiento activo, todas las ayudas a domicilio y programas de comedores o de actividades, la Administración, como garante de los derechos básicos de la ciudadanía, debe articular mecanismos que permitan la asistencia directa en casos extremos como el de Bermillo para poder evitar esos extremos. Deben ser revisadas y actualizadas tanto las cuantías como la forma en que se prestan esas ayudas que, también pueden convertirse en nicho de empleo para los mñas jóvenes. Tienen que modernizarse el concepto de residencias y centros con modelos que ya se están experimentando en otras provincias con gran éxito, deben vigilarse a las empresas encargadas de cuidados cuando se trata de dependientes. Hay que arbitrar fórmulas para que la soledad nunca sea impuesta y, mucho menos, elemento que empeore sustancialmente el último periodo de nuestras vidas.

Igual que se actúa de oficio en el caso de menores, debería revisarse la legislación que ocupa en el caso de adultos, aunque siempre resulte espinoso el choque entre las libertades individuales y, en este caso, lo que vendría a ser la tutela institucional. El agujero creado por las leyes para proteger la libertad de decisión de cada persona puede acabar derivando en su abandono cuando existen condicionantes de edad o enfermedad. Y si el afectado no tiene tanta suerte como el mayor de Bermillo, si nadie acude a diario a comprobar que aún queda vida entre las sábanas, corre peligro de convertirse en otro suceso macabro cuando alguien repare en su ausencia. Demasiado tarde.