La situación política es tan volátil que no me extrañaría nada que la noche del 28 de abril no solo certificase la entrada de Vox en el Congreso sino que situase a ese partido como el líder de la derecha española ya que el hundimiento de los populares y el pinchazo que se llevarán los naranjas por su indefinición ideológica, fichajes como el de Silvia Clemente o algunas propuestas como los úteros de alquiler provocará que Santiago Abascal se convierta en el jefe de la oposición y de la segunda fuerza política española.

Es más, si Ciudadanos mantiene su promesa de no pactar con los socialistas y Sánchez no suma con un Podemos que se va a quedar por debajo del 15% y con los secesionistas es posible incluso que Abascal, con Casado como número dos, acabe presidiendo el Consejo de Ministros.

Y quien piense que tal carambola es imposible, que Vox no sumará tanto como para incluso liderar un gobierno de derechas es que no percibe un clima similar al ecosistema que trajo las victorias de Trump y Bolsonaro o el sí al Brexit. Hay mucha gente con el saco escrotal tan hinchado que el voto al partido verde puede desbordar las previsiones de todos los institutos demoscópicos, que están infravalorando peligrosamente el crecimiento de este partido entre los jóvenes, empezando por los que se estrenan como votantes en estas generales, abstencionistas tradicionales, gente que votaba en blanco o nulo, indecisos y por supuesto votantes conservadores que no van a confiar más en el PP. Además, los animalistas, Racis-Torra y demás separatistas, la reacción furibunda de los progres cada vez que habla alguien de Vox o la misandria de las falsas feministas le están sirviendo en bandeja a Abascal su triunfo.