Escribir, la mayoría de las veces, es una sacudida de nuestro temperamento. Por lo visto, nuestro interior es una fábrica de fondo profundo, que capta la superlativa mira de la existencia y la convierte en letra.

Sospecho que últimamente la fineza de muchas líneas son certeza de lo emocional. Claro, no es lo mismo sufrir con dulzura que sufrir a lo bestia, aunque para el caso es lo mismo. Comprender, con exactitud, que muchos textos son la consecuencia de una mala exclamación del autor, es comprender el lenguaje de multitud de páginas de los llamados libros de autoayuda. La mayoría de ellos, por no decir todos, invierten la atmósfera de la vida y le dan aire a su antojo. Por lo visto, escribir con un repertorio dulce, es una buena forma de garantizar las ventas de muchos libros: el entusiasmo del viviente, ya saben... No, no podemos elogiar tanto el amor, la felicidad, la riqueza, el éxito; y pensar que la vida es un algodón de azúcar, cuyo gusto siempre suele ser placentero.

Es bueno reconocerse en las circunstancias y con carácter reflexivo aventurarse a explotar la naturaleza humana. Y por supuesto, no emplear un lenguaje extremadamente optimista, el mismo que emplean los famosos libros de autoayuda.

El oficio de vivir no se ejecuta con un manual, y muchos menos con un guión; es absurdo pretender hallar el temperamento que necesitamos para enfrentarnos a la vida, en "reflexiones" confeccionadas para el comercio. Cada persona es un mundo, es abstracto pretender que todos sintamos igual. Los libros de autoayuda no manejan un lenguaje desnudo, cada palabra es vestida de optimismo. Las palabras suelen ser dudas no certezas; entre las páginas admirables de nuestra vida se encuentra el mejor libro de autoayuda: piensen qué le evoca lo que el tiempo nos transmite y admiren su resistencia y valor. Nuestro esfuerzo es un consciente historiador... Háganle una visita de vez en cuando.