En los hogares obreros, allá por los setenta, entró la formica. Creo que en buena parte por el lustre aparente que tenía. Muchas familias renunciaron a la alacena traída del pueblo porque, en aquellas casas minúsculas, más que un vínculo con el pasado parecía un extraño fantasma que se comía el espacio y no había manera de devolverle el brillo con los nuevos productos de limpieza. La formica hizo homogéneas las casas, una igualdad irreal, un falso progreso con el que se desplazaban objetos que hoy echamos de menos.

Con Zamora pasó lo mismo. Somos ejemplo de uno de los peores desarrollos inmobiliarios en España. Aquella respuesta, en los años cincuenta, al éxodo del campo a la ciudad, que dio cobijo, que no casa, a cuantos obreros se incorporaron a la industria en desarrollo, fue una vergüenza. Con la Democracia, seguimos penando. En contra de la máxima de: "el que no borre su pasado conservará su atractivo", se sucedieron asfaltados horizontales y verticales que han acabado con la mayor parte del encanto que tenía la ciudad. Los responsables políticos presumen de esta formica justificando que la modernidad llegaba con el negro asfalto y con el césped verde, con la plaza gris uralita y el árbol endeble. No me refiero a las reparaciones por desgaste, el mantenimiento necesario que las vías necesitan, me refiero al destrozo sucesivo de las zonas que tenían un encanto de sombra y fuente, de árbol y adoquinado, tan necesario para la salud mental de sus habitantes: el Castillo, San Martín, el Gobierno, las Payas, Los Pelambres, La Ermita del Carmen, La Aldehuela, las Orillas del Duero, Tres Cruces, Reyes Católicos, Laboral, Claras , Cardenal Cisneros?y otros en barrios y periferia.

Por eso el asfalto no es política ni puede formar parte de los logros de un ayuntamiento. Donde haya un agujero habrá una cuadrilla que lo tape y se acabó. Lo verdaderamente importante es vigilar si una obra ha dejado la movilidad intacta o hay que replantearse pasos de cebra, aceras estrechas, altos bordillos? Tras cada asfaltado desaparecen detalles y arbolados, rincones y plazuelas. De eso sí que habría que hacer un buen repaso. La brea se ha llevado parte de la movilidad, y la ciudad sigue siendo para los coches. Deberíamos reconquistar espacios perdidos y rincones esquilmados. Recuperar zonas verdes pero no con césped. Ensayar algún jardín vertical para adecentar tanta medianería de edificios de alturas muy desiguales. Y haberse planteado, quizá, en la ultima campaña de asfalto, un asfaltado blanco para que la temperatura suba lo menos posible en verano. Eso sí sería política. La reconquista de lo coqueto.

Tenemos un Plan de Urbanismo que nada tiene que ver con la realidad de Zamora. Y poco sabemos los vecinos de ciertas decisiones que sin información se nos hacen extrañas. ¿Cómo es que vamos a arreglar las aceras de Cardenal Cisneros con dinero municipal si son responsabilidad del Ministerio de Fomento? ¿O es que hay un convenio a cambio de otras compensaciones no confesables? ¿Con qué permiso y razón vamos a intervenir en terrenos privados de ADIF y en una carretera comarcal para dar acceso a quien está fuera del casco urbano? ¿Cuánta generosidad con Fomento, que nos destrozó la Aldehuela de parte a parte al desviarse el tráfico por el arreglo de uno de los puentes de la nueva autovía?

Por eso decimos que el asfalto no es política. Vigilar que no se nos llene de formica, sí.