Se están echando las cuentas sobre cuántos puestos de libre designación -un eufemismo para camuflar el enchufismo o la colocación a dedo- tendrán que cesar en la nueva administración andaluza. Se ha dado ya la cifra de 2.137 funcionarios, más o menos vinculados al partido gobernante hasta ahora. Se nos ha informado también que 660 cesarán de forma automática en la Junta de Andalucía con el próximo gobierno: 148 contratados de alta dirección, 239 eventuales y 273 altos cargos.

El desmesurado incremento de la burocracia en las administraciones públicas es uno de los males endémicos en nuestro país. Los empleados públicos son más de dos millones y medio, lo que supone aproximadamente el 13 por ciento de los asalariados españoles; la inmensa mayoría de ellos trabajan en las comunidades autónomas, debido en gran parte a las competencias transferidas, como Educación y Sanidad. A estos trabajadores habría que añadir los innumerables cargos nombrados a dedo, tan amplios como opacos.

Afloran estos datos en el momento del cambio de gobierno andaluz, el mismo año en se cumple el primer centenario de la aparición del ensayo "El político y el científico" de Max Weber. Analiza prolijamente este prestigioso economista, politólogo y sociólogo alemán el fenómeno de quienes viven para la política y de quienes viven de la política. Y acuña para estos últimos la expresión "pesebres estatales", referida concretamente a España. Dice textualmente: "Hasta hace pocos años, en España se alternaban los grandes partidos [liberales y conservadores] mediante 'elecciones' fabricadas por el poder y siguiendo un turno fijo convencionalmente establecido para proveer con cargos a sus respectivos seguidores. En las antiguas colonias españolas, tanto con las 'elecciones' como con las llamadas 'revoluciones', de lo que se trata siempre es de los pesebres estatales, en los que los vencedores desean saciarse? Esta tendencia aumenta en todos los partidos que, cada vez más, son vistos por sus seguidores como un medio para lograr el fin de procurarse un cargo".

Percibe también el ensayista alemán, con la instauración del Estado constitucional y democrático en la Europa de entonces, la figura del demagogo, que pocos años después encarnaría Adolf Hitler con su partido nazi y, sobre todo, al ser nombrado canciller alemán, en enero de 1933.

Actualmente, los demagogos están encarnados por los llamados populistas, en donde caben tanto los políticos de extrema derecha como los de extrema izquierda: capitalistas puros como Donald Trump y el nuevo presidente brasileño Jair Messias Bolsonaro y neocomunistas radicales como Nicolás Maduro y Daniel Ortega.

Creo que sobre este particular no han mucho poco las cosas desde el primer tercio del siglo XX, incluso en los Estados europeos más democráticos. El poder sigue siendo el mayor generador de puestos de trabajo, otorgados generalmente a seguidores fieles por encima de sus capacidades intelectuales y éticas para gestionar la hacienda pública. De ahí, la oleada de corrupciones en las distintas administraciones, sobre todo cuando existe una larga permanencia de un partido en el poder.

Lo bueno de la alternancia política es -o debe ser- la regeneración de las instituciones, para acabar también con el clientelismo y con la ineficacia, que son los principales responsables de la corrupción.