No se ponen de acuerdo en quiénes somos exactamente los "millennials". Parece que todos los que nacimos entre principios de los ochenta y mediados de los noventa lo somos sin remedio. La definición que más me gusta la leí hace un tiempo en El País. Decía una "millennial" que somos los que compramos las entradas de cine en internet pero las llevamos impresas. Una generación entre dos tiempos.

Nos prepararon para un mundo que ya no existe. Estudiamos maneras de hacer que estaban muriendo mientras las recogían nuestros apuntes. Crecimos viendo el final de una de esas películas de trama lineal, progresiva, que terminan bien. El cine cerró por quiebra justo cuando debía comenzar la nuestra.

No tenemos buena fama. Nos llaman hipersensibles, narcisistas, la generación del yo-yo-yo. Entendería más la lástima que la burla. "La primera generación que vivirá peor que sus padres". La de sueños rotos, promesas por los aires, esfuerzos baldíos que caben en esa frase.

Si se nos da por generación perdida, perderemos todos. Estamos aquí, somos el puente entre dos tiempos, entre dos mundos. Alguien tiene que ver el valor de ese enlace y salvarnos. Salvarnos no a nosotros, sino a todos de tanta pérdida. Hay un dolor mucho peor que el de vivir peor que tus padres: el de los padres que lo dieron todo para que pasara justamente todo lo contrario.

El progreso social español de las últimas décadas, narrado con infinitos desvíos en Cuéntame, es una hazaña colectiva. Queremos seguir construyendo. La crisis ya no es excusa. Hicimos nuestra parte, no somos nosotros los que no estamos cumpliendo el contrato.