Vistas desde arriba, todas las ciudades vienen a ser lo mismo. Inmensas aglomeraciones de viviendas, hormigueros humanos, colmenas de gente. Vistas desde abajo, a pie de calle, paseando, todas son parecidas, salvo que se cambie de continente quizá. Y sin embargo, hay ciudades a las que todos quisiéramos ir, al menos por una vez: París, Nueva York, Berlín, Roma, Londres, Barcelona? Ni siquiera tienen por qué ser tan grandes ni lejanas. También nos llama ir a Sevilla o a Valencia o a Bilbao o a tantas otras. Llama menos, en cambio, ir a Jaén o a Soria o a Lugo, por poner tres ejemplos. Y seguro que hay cosa bellísimas en las tres. Pero su "alma" o su aura o su algo específico no ha trascendido, no se ha sabido vender o no se ha sabido crear, puesto que se trata de una invención cultural.

Una ciudad deja de ser una mera aglomeración de viviendas cuando tiene historia, para empezar. La historia es la memoria de la ciudad, que se transmite a sus pobladores, y que convierte la ciudad en algo con vida propia. Y se eleva otro peldaño cuando adquiere identidad. La identidad es siempre algo simbólico. Suele llegar de la mano de los artistas o los grandes creadores de espacios para vivir, como arquitectos, ingenieros y gente que "imagina" ciudad. Una creación en principio efímera y no especialmente bella, pero monumental por su tamaño y ubicación, le da a París su factor de identidad más universal: la torre Eiffel. El resto de su poderoso atractivo procede casi en su integridad del arte y de los artistas: ellos han moldeado su alma a través de películas, música, literatura, museos, etc. El París al que todos deseamos ir antes de conocerlo no es el real, sino el que nos han soñado las artes, con su romanticismo, gastronomía, leyendas y fabulaciones. A la Roma real, con sus atascos, caos y contaminación, ¿quién querría ir? Lo que nos atrae es la Roma soñada, la de la historia infinita, la de la pasta y el callejeo bullicioso. Lo mismo pasa con las restantes ciudades con alma. Tienen algo especial, casi siempre recreado o inventado artísticamente, que las hace deseables.

¿Zamora tiene alma? Para cada uno de sus pobladores es evidente que sí. Nosotros no vemos las casas, plazas y parques sin más. Vemos la historia que subyace en ellos, nuestra propia memoria de vida enredada en cada lugar y la peculiar belleza que desprende cada rincón, si lo sabemos mirar. Pero no es un alma que hasta el momento hayamos sabido exportar o potenciar, para que nos ponga en el mapa, para suscitar en quienes no la conocen el deseo de venir al menos una vez en su vida. Y sin embargo, las condiciones de partida no son malas. De Historia vamos sobrados, como ciudad milenaria que es. En ella, además, disponemos de una palanca formidable de identidad, que es la poderosa leyenda (aunque fuera real, su poderío es de leyenda) del Cerco. Y tampoco hemos ido nunca flojos del otro gran factor de creación de alma en una ciudad: el arte y los artistas. Es extraño que teniendo tantos artistas como hemos tenido y tenemos no haya en la ciudad un símbolo reconocible desde cualquier lugar o adoptado como nuestro común DNI.

Diríase que el alma universal de Zamora es fácil de crear si nos lo proponemos. Y deberíamos hacerlo. Pues el objetivo esencial, aunque lo parezca, no es atraer visitantes, aunque también. Lo mejor de vivir en una ciudad con alma es que enorgullece a sus pobladores, les da más energía, les da una visión más positiva y los lanza, cada cual en lo suyo, a crear, a innovar, a aportar. Los que estamos aquí de continuo sabemos que vivir en Zamora, cuando las circunstancias nos dejan, es un privilegio. Y eso es lo que tenemos que hacer saber al mundo, por encima de coyunturas, crisis y lamentos. Necesitamos, por decirlo de otro modo, una buena dosis de orgullo zamorano, extendido en el tiempo. No me parece tan difícil de conseguir. Y al menos desde mi partido trabajamos en propuestas concretas que, con este objetivo, pueda poner en pie un próximo Ayuntamiento de la ciudad, si tras las Municipales tenemos votos suficientes para ello. Ya lo dije en otra ocasión; la política, la buena política, es y debe ser eso: soñar en común e intentar después hacer realidad ese sueño entre todos. Y yo siempre he soñado con dotar a Zamora de un alma propia, poderosa y de irresistible atracción.

(*) Secretario de Comunicación de Podemos CyL