El pasado martes, dos días antes del inicio del puente del 1 de noviembre, en el contexto de la asignatura "Sociología Rural", que imparto en el Grado de Sociología en la Universidad de Salamanca, pregunté a mis estudiantes si tenían pensado salir hacia algún pueblo o a disfrutar del campo. Más de la mitad levantó la mano, lo cual me pareció muy significativo. Los motivos de la "huida" durante unos días eran diversos y variopintos. Unos cuantos declararon que necesitaban respirar aire puro, caminar o hacer senderismo para rebajar el estrés y coger nuevas fuerzas para las próximas semanas, ya fuera regresando a sus pueblos de origen o alquilando una casa de turismo rural con sus familias o algún grupo de amigos. Y algunos más declararon también que estas escapadas eran una ocasión de oro para hablar con los paisanos de los pueblos, de quienes tanto se puede aprender de la vida, oyendo sus memorias personales y colectivas en la puerta de casa, al cruzarse con ellos en los caminos o tomando un chato de vino en el bar de la esquina.

Las respuestas de los estudiantes me llevaron a compartir con ellos varias reflexiones en voz alta acerca de la importancia del mundo rural en la actualidad. Por ejemplo, si el campo y los pueblos son una vía para la recuperación del bienestar personal, aunque solo sea durante un fin de semana, a través del consumo y el disfrute de recursos intangibles, como el aire, el paisaje, la tranquilidad, etc., ¿no deberíamos reconocer ese valor y recompensar de la manera más justa posible a quienes se encargan de que esos recursos estén disponibles y en buenas condiciones para que el resto de los mortales podamos disfrutarlos en un puente, en vacaciones o cada vez que nos apetezca? ¿Qué sería de los llamados "urbanitas" sin un campo cuidado, atractivo y vivo, donde reponer fuerzas y oxigenarse a través del contacto directo con la naturaleza? ¿Y qué supondría para todos ignorar a quienes residen o trabajan en los pueblos y se dedican a producir alimentos sanos y de calidad, sin los que nuestra supervivencia como especie no sería posible?

Si el campo siempre ha sido soporte para la producción de alimentos de primera necesidad, lo curioso es que en la actualidad, además de seguir desempeñando funciones relacionadas con la producción de carne, leche, cereales, legumbres, hortalizas, etc., se ha convertido en un espacio de reproducción social, esto es, soporte para el desarrollo de nuevas funciones y actividades asociadas con el ocio, el turismo, los recursos medioambientales, las segundas residencias o las denominadas actividades estratégicas, concepto que incluye desde instalaciones militares o macro-cárceles hasta vertederos de residuos urbanos, industriales y nucleares. Por consiguiente, si el campo y quienes allí viven desempeñan funciones tan importantes para que el conjunto de la sociedad pueda seguir avanzando, lo lógico sería reconocer su relevancia de forma permanente a través de las inversiones que merecen para acceder a los servicios públicos, como la sanidad, la educación o los servicios sociales. De su bienestar depende el nuestro. No lo olvidemos.