El presidente del Gobierno ha justificado seguir vendiendo armas a la Arabia Saudita porque así defiende los intereses de España. Menos mal que en estos tiempos de tantos melindres, llamados ahora "corrección política", Pedro Sánchez ha dejado de lado los disimulos y ha dicho lo que hay. Lo que es obvio que hay es que todos los países que ponen el grito en el cielo ante los regímenes totalitarios les venden, siempre que pueden, las mismas armas cuyo uso se va a criticar después. A veces con cláusulas cínicas como la del compromiso de que no se utilizarán contra la población civil, dando por establecido que existe un sistema capaz de garantizar la condición escrita. Los intereses del país, reflejados en el balance comercial, los puestos de trabajo o el indicador que se quiera utilizar, casan mal con los principios morales en éste y en otros muchos aspectos; de ahí que se hable de las "cloacas del Estado", frase con la que se justifica que, para que el sistema funcione, es necesario generar muchos excrementos que alguien tiene que ocultar de nuestras sensibles miradas para que podamos seguir escribiendo artículos acerca de la maldad de Riad sin que se nos caigan los anillos.

De hecho, a los regímenes como el saudí que establecen discriminaciones intolerables con las mujeres, que administran justicia con penas terribles sin la menor garantía para los sospechosos de haber cometido crímenes consistentes, en ocasiones, en hablar mal de los dirigentes y que prohíben lo que les viene en gana en nombre de determinados códigos religiosos no habría que venderles nada, ni armas, ni trenes, ni chupa-chups. Tampoco comprarles petróleo. Pero como por ese camino iríamos de cabeza la quiebra del país entero, el resultado está claro: se sigue igual pero con grandes aspavientos, en particular por parte de quienes están en la oposición porque cuesta poco imaginar lo que el hoy presidente del Gobierno habría dicho hace un año.

Esa mezcla de intereses del todo opuestos, los económicos y los éticos, tiene reflejos hasta divertidos, como la noticia muy sabiamente difundida justo ahora de que la Audiencia Nacional investiga los sobornos ilegales que ha pagado la empresa estatal Defex durante un cuarto de siglo a los jerarcas saudíes para que nos comprasen las armas. Es decir, que el problema no consiste en el hecho en sí de comerciar con el régimen de ese país sino de mantener las transacciones libres de sobornos. Pero, de nuevo, de hacerlo de esa forma los contratos no se habrían firmado. Las cloacas son bien grandes y deben funcionar de manera precisa para que sirvan de algo. Con lo que alcanzaremos la cumbre del cinismo biempensante cuando juzguemos, multemos y encarcelemos a los responsables de los sobornos. Todo lo demás puede mantenerse bajo el velo de la discreción necesaria y, en particular, nuestras conciencias morales, tan sanas y hermosas que no merece la pena tocarlas.