"Todas visten un vestido / todas calzan un calzar / todas comen a una mesa / todas comían de un pan", es un fragmento de un romance épico - el de Doña Alda - según dicen de origen carolingio, que los profesores de lengua solían poner como ejemplo para explicar la figura retórica de la "anáfora", que es una palabra que se repite al comienzo de cada verso, en este caso la de "todas".

Pues eso, que la anáfora de marras también se repite en la vida cotidiana, especialmente en la de los que forman parte de la clase política, concretamente de la que presume de haber sacado un máster, cuando en realidad se lo han regalado por ser vos quien sois.

"Todos sacaron un master / todos en la misma universidad / todos sin asistir a clase / todos sin trabajos a realizar", podrían ser algunos de los versos, aunque forzados, que encajarían en el poema patético de algunos listillos que, aprovechándose de su situación, presuntamente, consiguieron un máster en algo, ya que, en la universidad, parece ser que hay pícaros y especuladores que se prestan a regalar títulos a diestro y siniestro a cambio de prebendas y favores.

Primero surgió el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, después el del hoy presidente del principal partido de la oposición, y últimamente el de la exministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Todos ellos no han admitido haber hecho nada ilegal, ni alegal, ni inmoral, pero nadie llega a creérselo. Quizás por aquello que tenían que haber cumplido con la condición de la mujer del Cesar, o quizás por deméritos propios. Lo cierto es que lo de engordar el curriculum a base de másteres de todo a cien hoy se encuentra a la orden del día.

La primera persona involucrada en el caso de la Universidad Juan Carlos I, dimitió hace algún tiempo, si bien es cierto que tras unas cuantas semanas de resistencia; y cuando lo hizo fue por una causa ajena al máster, como el haber sido sorprendida distrayendo unos productos de un supermercado sin pasar por caja. El segundo resiste estoicamente, y ha preferido llevar el caso a los tribunales de Justicia, y la tercera persona en cuestión, ha dimitido en el plazo de dos días, aunque eso sí, sin admitir ninguna responsabilidad en el affaire en la que se ha visto involucrada.

En los tres casos se ha hecho lo posible por confundir la legalidad con la ética, el que todos somos iguales ante la ley con el no sabe usted con quien está hablando. Y así pasa lo que pasa, que la gente cada vez desconfía más de los que gobiernan, de los que se oponen y de los que defienden a ambos.

Ciertamente, los tres casos antes citados, y los que, supuestamente, permanecen sin destapar, son, cuanto menos, impropios de personas responsables y cumplidoras, pero no obstante existe un hecho que los diferencia, cual es el tiempo que han tardado en dimitir. Así la presidenta de Madrid tardó 38 días (21 marzo a 27 abril), la ministra de Sanidad 2 días (10 a 12 de septiembre) y el presidente del PP aún no ha dimitido, ni se espera que lo haga, cuando el periodo de tiempo que ha transcurrido desde que se salió su tema a relucir (9 de abril, hasta el pasado jueves) es de158 días. Lo que lleva a la conclusión que unos se dan cuenta antes que otros del lío en que se encuentran metidos.

Visto lo visto, resulta difícil poder creerse los curriculum de nadie, ni cualquier otra cosa que intenten trasmitir, porque quien miente una vez, puede volver a hacerlo en cualquier otro momento. Y además, el que, aprovechándose de su situación en la escala de poder, se saca un título por la cara, no merece ser tenido en cuenta para elevarlo a las cotas de mangoneo a las que aspira, por mucho que pretenda vestir al santo - en este caso al pecador - con el ropaje de la legalidad, porque lo que debe imperar en un cargo público es la ética, además de la honestidad, y esas virtudes difícilmente pueden llegar a verse en ellos.

De manera que, al igual que hiciera Ulises en su viaje, antes de llegar a la isla del Sol, hay que atarse bienal mástil del barco para no ser perecer ante el hechizo de las sirenas Caribdis y Escila, y no correr el riesgo de escuchar, como Kirk Douglas, las voces hipócritas, quejosas y zalameras de quienes pretenden seducir con la mentira.