Al fin las estadísticas ofrecen un alivio a la venerable anciana Zamora. El último estudio sobre Envejecimiento Activo refleja que tres de cada cuatro mayores en la provincia viven de forma independiente en su propio hogar y que mantiene un alto compromiso social y participativo. La media provincial supera los índices nacionales y también de los países de la Unión Europea. Los mayores de 65 años de Zamora mantienen un grado de independencia superior a países como Alemania, Francia, Bélgica, Austria o Italia. Casi al nivel de los, tan a menudo, envidiados nórdicos como Suecia, Finlandia y Dinamarca.

Desde la Junta de Castilla y León, la autora del informe, se apunta a que la obtención de dichos baremos se debe a la política de envejecimiento activo que practica la Consejería de Familia. Y no cabe duda que la oportunidad de mejorar el bienestar físico y mental a través de programas educativos y de ocio contribuye de manera decisiva para ralentizar las consecuencias físicas y cognitivas de la edad. Pero lo cierto es que las actividades de la Consejería de Familia tienen más fácil acceso para las personas que residen en los grandes núcleos de población.

Hay un dato que, aunque explícito, puede adivinarse detrás de esos optimistas índices de independencia: la cohesión que facilita el medio rural, donde habita la mayor parte de los mayores de la provincia. Zamora supera en más de seis puntos el porcentaje de personas con más de 65 años habitual en el entorno de la región. Es la población más envejecida del entorno europeo, con un 30% mayor de 60 y, dentro del mismo colectivo un 40% del mismo con los 80 cumplidos. Gran parte de ella aún reside en alguno de los más de 200 municipios que no superan los mil habitantes.

La red de relaciones de esas pequeñas comunidades resulta vital para conseguir que esa nueva forma de aprender a envejecer se traslade de una manera efectiva al entorno rural. Los pueblos van perdiendo los usos tradicionales de socialización, como lo era, antaño, ir a misa cada domingo. Una costumbre en decadencia porque, al tiempo que se va la vida de los pueblos, escasean las vocaciones sacerdotales y existen menos excusas para salir de casa, sobre todo en los duros inviernos de nuestras comarcas. De ahí la importancia de nuevas formas de socialización como las decenas de comedores sociales sostenidos por la Diputación y que utilizan unos 500 habitantes de los pueblos zamoranos. Debe desterrarse el concepto de usuario del comedor social como alguien que atraviesa dificultades económicas y ampliar la idea del servicio como un lugar de encuentro, una alternativa a la soledad. Existen, además, las herramientas que prestan las nuevas tecnologías, si es que estas llegan, algún día, hasta la Zamora rural, como claman los agentes sociales de la provincia.

La comunidad rural se rompe por la emigración: las familias se distancian, las actividades comunales se reducen, pero aún resisten con fuerza porque son los primeros vigilantes de la salud de sus más inmediatos vecinos. Resulta mucho menos frecuente que un anciano muera solo en su pueblo. Es en la ciudad donde, a pesar de esa oferta de ocio y actividad cognitiva, donde la soledad entraña un riesgo más elevado para una parte de la población. Hasta pequeñas capitales como Zamora han visto elevarse en los últimos años los casos de muertes solitarias que se descubren al pasar los meses porque nadie les ha echado de menos. El asociacionismo es otra alternativa que cobra auge en un colectivo que ha ido ganando peso a medida que pasan a formar parte de él las generaciones de las épocas de mayor natalidad, ahora a las puertas de la jubilación.

Ese es también otro factor determinante, porque ya no hablamos de la generación de posguerra, supervivientes de una época de penurias y acostumbrados más al sacrificio que al disfrute. Los nuevos jubilados, entre los cuales se cuentan un número creciente de emigrantes retornados a su tierra de origen, poseen otras inquietudes, otras aficiones. No es casualidad que el de los pensionistas sea ya uno de los objetivos preferidos de los publicitarios por su cada vez más influyente presencia en el consumo, que se ha mantenido incluso en épocas de crisis. Aunque en el caso de Zamora habría que matizar el bajo poder adquisitivo de unas pensiones que apenas pasan de los 600 euros mensuales como promedio lo que no impidió que sirvieran como colchón durante la época más dura de la recesión, paliando graves situaciones familiares.

Los mayores ya no son un colectivo resignado. Tienen, además, un peso político trascendental como prueban los Presupuestos Generales del Estado, que recientemente han entrado en vigor y que incluyen una subida de las pensiones después de las presiones ejercidas a través de movilizaciones generalizadas con más vehemencia y constancia que en reivindicaciones de otros colectivos.

Todas estas circunstancias deberían hacernos reconsiderar las múltiples posibilidades que puede generar el envejecimiento activo, que no debe concebirse exclusivamente como prestaciones sociales, sino como consecuencia de una actividad creciente con sus propias necesidades y gustos muy definidos. Lo que en otras palabras significa que, detrás de esa mayor capacidad de independencia, independientemente de la edad, hay un mercado que atender, un campo económico que explorar. Tal vez así, la experiencia de los mayores pueda convertirse, de nuevo, en el mejor de los regalos para los más jóvenes.