Según relataba don Casimiro de Erro, en la revista "Zamora Ilustrada", en agosto de 1881 las enemistades que, a principios de la segunda mitad del siglo XIV, enfrentaban a don Fernán Álvarez de Toledo, conde de Benavente, y don Fernando de Castro, conde de Lemos, les llevó a luchas feroces y persecuciones sin tregua , so pretexto de defender a sus antagónicos soberanos Enrique de Trastámara y Pedro I de Castilla "El Cruel".

Dirigiéndose don Pedro a Compostela, acudió el Conde de Benavente a cortarle el paso y en Orense se enfrentó a los del Conde de Lemos que, tras varios combates, se encerró en la Catedral, sirviéndole de principal baluarte la capilla de San Juan de la Catedral orensana.

Llegado el Conde de Benavente a Orense, intimó la rendición al de Lemos que resistía un día tras otro. El invierno se venía encima y llevaba más de dos meses sitiando al de Lemos en aquella capilla que más parecía una fortaleza. Un hombre que dijo ser extranjero propuso al Conde de Benavente un método para derribar la capilla y dejar sepultados bajo los escombros a todos los que había dentro.

Quedó por unos momentos pensativo el de Benavente, pero al cabo aceptó la oferta del extranjero, prometiéndole cien monedas de oro, de las de mayor peso en recompensa de su servicio.

El extranjero se puso manos a la obra y durante cinco días estuvo haciendo preparativos que, cuando los hubo concluido, avisó al Conde de Benavente y los suyos para que admiraran el resultado de su obra. El extranjero avisó para que todos se mantuvieran a mediana distancia y se cobijaran en las calles a uno y otro lado de la Catedral.

Una línea de fuego corrió por toda la extensión del muro de la capilla, siguiendo un estruendo terrible que hizo temblar de espanto a aquellos hombres aguerridos; las casas contiguas se conmovieron y la capilla entera se vino a tierra, sepultando entre sus ruinas a casi todos los defensores.

El extranjero se presentó enseguida al Conde de Benavente, quien, espantado, le entregó el premio prometido sin preguntarle por su nación ni por los medios de que se había servido para lograr aquel resultado. Era el siglo XIV, faltaban cinco siglos para que Nobel descubriera la dinamita, aunque en el siglo XIII ya se utilizó la pólvora en Europa en la batalla entre mongoles y húngaros.

Desconocedores de tales explosivos, las huestes de los condes enemigos comenzaron a sospechar que aquel extranjero era el demonio y que había utilizado métodos sobrenaturales. Así opinaba también el Canciller del Cabildo de Orense, según consignaba en la relación del suceso que está en el Archivo Capitular, del que se tomaron estos apuntes.

Destruida la capilla de San Juan por tan singulares procedimientos, esperaron el Conde de Benavente y sus parciales a que llegara el día para acercarse a las ruinas a observar los daños causados: todo estaba reducido a escombros y era de presumir que ninguno de sus defensores hubiera salvado la vida. No obstante, removieron aquel informe montón de escombros ennegrecidos y aún humeantes. Al cabo de un cuarto de hora oyeron lamentos y voces que pedían socorro. Redoblaron sus trabajos y cerca del mediodía llegaron a tocar en unos pilares que permanecían firmes, y allí descubrieron intacto el altar de San Juan, detrás de cuya imagen y alrededor de la mesa, estaban de rodillas y con vida el Conde de Lemos y cinco de sus seguidores. Su salvación se consideró un milagro. Abrazaronse ambos condes y los suyos , y después de orar ante la imagen de su salvador, el de Lemos y los suyos marcharon a reunirse con su destronado monarca en Bayona.

Por su parte, el conde de Benavente se propuso reedificar la capilla de San Juan, cuya reconstrucción quedó terminada en 1370. Al lado del Evangelio se halla el sepulcro del Conde de Lemos, cuyos restos hizo traer el Conde de Benavente, y al lado de la Epístola esta el sepulcro del propio Conde de Benavente.