Cuando una persona de valía toma dos direcciones, sin querer (o queriendo) llega a destacar en una de esas direcciones y la otra queda sumida un poco en el olvido. Y los demás lo consideran en aquello en lo que destaca, dejando a un lado lo que la misma persona tuvo en un segundo lugar. Esto ha ocurrido con el ilustre toresano fallecido en Berlín el día 2 de marzo de 2018. Se inclinó por la música y por ese camino llegó a ser un director de orquesta de renombre universal. Y bajo ese aspecto ha sido ensalzado por todo género de personas, destacando, como es natural, músicos, que un día ocuparán las páginas de los periódicos como protagonistas en la carrera que terminó.

Por eso en La Opinión-El Correo de Zamora ocupan varias páginas los juicios de personajes no sólo de la Música (españoles y extranjeros) sino políticos y otros profesionales de altura. Y sólo, en una de las páginas, se hace una alusión muy parca a sus estudios en la Universidad de Madrid (hoy Complutense), donde cursó estudios de Filosofía y Letras.

Yo, que, a pesar de mi afición por la música, no la he tomado como algo principal en mis ocupaciones profesionales, quiero referirme a su otra dirección, en la que lo conocí personalmente, cosa que no he conseguido en la vida musical. Coincidimos en los primeros años de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando él estaba matriculado como alumno oficial en un curso y yo, estaba cursando dos años, como alumno libre.

Había profesores, que, muy exigentes para conseguir la asistencia, obligaban a los alumnos a firmar en una hoja en blanco que pasaba por todos los puestos. Me tocó uno de ellos, al que acudí en demanda de programas y bibliografía para poder estudiar libre, porque "tenía que trabajar para comer". Me respondió que la asistencia a su clase era totalmente obligatoria y, si no podía asistir, que "aprobara la asignatura en Barcelona". Tuve que optar por asistir a aquella clase y me sentaba junto al alumno López Cobos. Charlábamos mucho y nos contábamos nuestros problemas. Yo asistía a todas las clases de aquel profesor. Por tanto López Cobos me pidió que, puesto que él tenía que faltar algún día por sus ocupaciones como músico, siempre que faltara firmara yo en la hoja de asistencias con una firma ilegible. Como buen compañero, que debía resolver sus propios problemas, firmaba por Jesús el día en que él se veía obligado a faltar a clase.

Aquel curso acabó y cada uno nos dedicamos a nuestras ocupaciones. He seguido su impresionante trayectoria en el campo de la música; pero mis lugares de residencia me retenían muy lejos de aquéllos en los que se desarrollaba su profesión. Y nunca hemos vuelto a vernos personalmente.

Me conformo, una vez más, con verlo en las numerosas fotografías que se han publicado con motivo de su óbito. Y, al igual que todas las otras personas que le han dedicado un recuerdo afectuoso, le deseo una paz eterna y que disfrute, involuntariamente, de la gran tranquilidad que mereció y no pudo gozar porque no se lo permitió su ajetreada profesión, durante muchos años, y la maligna enfermedad en los últimos de su fecunda vida.