Vaya por delante que no soy crítico de arte, ni tengo la patente de Albert Boadella para poner en tela de juicio muchas de las obras de Pablo Picasso, incluido el mítico "Guernica". Me considero un contemplador de pintura y como tal visito de cuando en cuando el Museo del Prado, considerado la mejor pinacoteca del mundo. Fuera de España solo he frecuentado el Museo Británico en Londres, el Louvre en París, los Museos vaticanos y la Capilla Sixtina.

Todos los años se monta en el Centro Comercial Arturo Soria Plaza, a escasos metros de mi casa, una exposición de arte llamada FLECHA, acrónimo de Feria de Liberación de Espacios Comerciales Hacia el Arte. Este año va por su 27 edición, en la que exponen obras, entre otros, Alberto Corazón, Ouka Leele, Fernando Suárez, Eduardo Vega de Seoane y Roberto Reula.

Aplaudo esta idea de llevar el arte a la gente que frecuenta espacios de restauración, tiendas de ropa, de comestibles y de cachivaches múltiples. Pero, un año más, uno se sorprende ante cuadros resueltos con cuatro pinceladas y a precios elevadísimos. Existen algunas obras ingeniosas, otras infantiloides y muchas que ni fu ni fa.

Después de dar hoy una vuelta por la exposición, me he enterado de que una marrana, a la que perdonaron la vida en un matadero de Ciudad del Cabo (Sudáfrica), se ha convertido en un pintor muy cotizado. Algún despabilado granjero descubrió sus habilidades artísticas, le colocó un pincel en la boca y la marrana, a la que han dado el nombre artístico de "Pigcasso", empezó a trazar sobre una tela dibujos muy coloristas. Señalemos que "Pig" en inglés significa marrano. Las obras se venden a mil euros y se da al comprador un certificado de autenticidad.

He vuelto al centro comercial para ver de nuevo dos cuadros que me habían sorprendido por su elevado precio. Uno es un acrílico sobre tabla de Alberto Corazón, se titula "Bosque fósil", mide 35 por 50 centímetros y vale 4.500 euros. Podría haberlo titulado también cinco fantasmas o astas pétreas, porque representa trazos erguidos de azules sobre fondo negro. Admiro mucho a Alberto Corazón como diseñador de portadas de libros en los años setenta y creador de muchos logotipos institucionales, minuciosamente elaborados y razonados, como pude comprobar en el bloc que adjuntó con el logotipo diseñado para la Agencia Española de Cooperación. Pero este cuadro me decepcionó por los trazos y por el precio.

El otro cuadro es mucho más amplio. Lo firma Eduardo Vega de Seoane, habitual en FLECHA, se titula "Jazzy 2017", es un acrílico y óleo sobre lienzo, mide 114 por 162 centímetros y vale 6.200 euros. Hay unas grandes pinceladas de varios colores desparramados en la tela, en los que predomina el negro. De Vega de Seoane suelen decir los críticos de arte que en sus obras predominan el color y la libertad expresiva; otros han asegurado que es un abstracto sensual, que usa el color por encima de todo, que realiza una pintura hirviendo y nos brinda los avatares de la abstracción. A mí todo esto me suena a camelo o, como mucho, a trampantojo, esa ilusión o trampa con que se engaña la vista haciendo ver lo que no es. Algo así como la posverdad pictórica, que es lo que sucede muchas veces con el llamado arte conceptual, llevado a extremos tan extravagantes por Antoni Tàpies.

El mercantilismo en el mundo del arte moderno lleva muchas veces a las más absurdas componendas. Me da el pálpito de que si los lienzos pintados por esa marrana sudafricana llamada astutamente "Pigcasso" se vendieran en algunas exposiciones en boga alcanzarían una cotización superior a los mil euros. Entre el arte y el timo la línea es tan fina como imperceptible.