La he sentido al leer La Opinión-El Correo de Zamora en el número correspondiente al jueves, 8 de Febrero de 2018. Dedica cuatro columnas de su página 24, en la parte dedicada a la Comarca de SANABRIA-LA CARBALLEDA, a ofrecer el título: La historia se escribe legajo a legajo. Y sigue en dos líneas, como subtítulo diciendo: "Asturianos dispone de un archivo que conserva todos los documentos municipales desde mediados del siglo XIX, algo muy poco habitual en los pueblos por falta de medios".

Ha llamado mi atención por lo que se refiere a dos personas: el hermano menor de mi padre, mi tío Atilano Martín Contreras (q.e.p.d.), fue secretario del Ayuntamiento y del Juzgado Municipal de Asturianos por las décadas de 1940 y 1950; y, aunque se trate de temporadas muy limitadas, yo mismo, que fui ayudante de mi tío dos años de la década del 40 en Almendra y, durante mis vacaciones en las décadas del 40 y del 50, primero en Andavías y después en Asturianos. El año 1956, dejé de ayudarle; pero, sin lugar a duda, en los años que fue Secretario de Asturianos tuve el gusto de emplear mis vacaciones en la Ayudantía que comencé desempeñando en Almendra cuando tenía doce años y hasta los catorce. De tal manera me ha picado la curiosidad, al leer esta página del periódico, que me he hecho el propósito de ir por Asturianos, cuando pueda, y solicitar el permiso oportuno para visitar el archivo y examinar los documentos donde pueda ver mi propia letra en los asientos documentales y en los libros de Registro de Nacimientos, Matrimonios y Defunciones. También -naturalmente- la letra y firmas de mi querido tío.

Fue mi tío Atilano la persona con la que dormí cuando, siendo yo niño hasta los cinco años, él, que entonces trabajaba de "listero" en el túnel de Padornelo, vivía, como soltero, en nuestra casa de Requejo de Sanabria, donde estaba de Maestro Nacional mi padre. Y, desde 1942 a 1956 me llamó a sus Secretarías, para que le ayudara; y, de esa manera, ayudara en lo posible a mi propia deficiente economía, -pequeña ayuda que conformaba la despreocupación de mi propio padre, cuyos recursos de cien pesetas mensuales no podían resolver con suficiencia las necesidades de una familia de cinco personas-.

Era muy laboriosa la tarea en la Secretaría. Personalmente yo estaba obligado por dos fuentes: la primera mi tío, al que le gustaban las cosas muy bien hechas y no le quitaba ojo a lo que yo hacía. La otra, la propia burocracia, que era muy rígida y todo tenía que ir bien escrito y con aplomo es las respuestas a lo que pedía. Con esas exigencias era muy laborioso lo que se pedía; pero las condiciones en las que se trabajaba suponían un cuidado mayor. Muy bien puede comprobarse en los dos fragmentos que acompañan a la noticia del periódico: No hay en ellos una tachadura o una corrección observable.

En los tiempos en los que estuve en tales menesteres no existía el ordenador. Todo debía salir de la pluma perfecto, porque no cabía lo que permite ese medio moderno. Ahora está a la mano poder eliminar lo que estorba, sea una mera sílaba, sea un párrafo entero y hasta una página completa. Haciendo esas correcciones con la limpieza que permite el ordenador, el documento quedará totalmente limpio y presentable.

Entonces, el escribiente debería procurar que el escrito se presentara sin faltas, sin tachaduras y con una limpieza digna de un ejemplar de imprenta. No sólo en los libros de registro -como se ve en el ejemplo de acta de nacimiento del diario-; sino en cualquier documento, por insignificante que pueda parecer. En el otro ejemplo, en el que se ve una página del Presupuesto, las cantidades debían ir perfectamente ordenadas de modo que eran de una perfección ejemplar las cantidades reflejadas en la relación.

Eso exigía una perfecta abstracción; era casi imprescindible que el encargado de esa confección respondiera a una situación como la mía en Almendra y después en mis lugares de estudio: un joven, que, al estar soltero y libre de cualquier obligación familiar, podía abstraerme y en esa abstracción fijar una atención total al trabajo encomendado. La única alternativa era la de la máquina de escribir eléctrica, como la Hispano Olivetti que manejé ya en la Secretaría de Almendra y después la que adquirí allá por el año 1945 y me acompañó en todos mis desplazamientos, como ahora el ordenador que adquirí en mis últimos años de estancia en Guadalajara, creo que fue por 1990. La perfección aludida podré disfrutarla cuando vea el archivo de Asturianos.