Hasta hace unas pocas semanas, Neymar, entonces jugador del "F.C. Barcelona", era un teatrero, en especial en el área contraria, en la que se tiraba, sin venir a cuento, buscando engañar al árbitro buscando un penalti inexistente; o provocaba a los contrarios haciéndoles de menos; o simulaba caídas realizando figuras circenses. En definitiva, era un cuentista y un provocador. Eso era lo que decían determinados comentaristas deportivos de este país que, intencionadamente, se olvidaban de resaltar las destacadas jugadas que protagonizaba el jugador brasileño, como eran sus desbordes en el uno contra uno, la velocidad que imprimía a sus avances hacia la portería, o su toque de balón. Y es que la ecuanimidad, en todos los ámbitos de la vida, también en el fútbol, brilla por su ausencia, porque, héteme aquí, que, sobre el citado jugador, que ha pasado, en un pispás, a jugar en el "PSG" - un equipo francés, propiedad de un jeque árabe, por el que ha pagado más de doscientos millones de euros - han cambiado las reseñas radicalmente. Ya no dicen que se tira, ni que provoca, ni que trata de engañar a nadie, sino que su juego resulta espectacular, que triunfa en París como las vedetes del Moulin Rouge, que está dejando atónitos a los franceses, y que es lo más de lo más. La pregunta a realizar sería la siguiente: ¿Qué ha cambiado de un día para otro para que ese cambio tan espectacular haya podido producirse? ¿Le ha venido a visitar el Dalai Lama en persona, o quizás le ha caído cuarto y mitad de ciencia infusa? ¿O es que la luz de París ha obrado tan rápida y positiva transformación? En realidad, la verdadera razón es que quienes escriben tales comentarios toman partido por determinado equipo, y todo lo que no sea alabarlo, y atacar al contrario, está de más en sus informaciones. Y eso pasa porque no existe la ecuanimidad, ni tampoco ganas de disimularla. Menos mal que en esto del fútbol las manipulaciones son fáciles de detectar, porque la gente puede ver como se desarrollan los partidos a través de la tele, así que de nada sirve que les tergiversen la información porque el público ya tiene formada su propia opinión.

Pero la cosa se complica cuando no está al alcance de la gente poder ver, en directo, los hechos que les están contando y, por tanto, no ser posible apreciarlos tal y como se producen. Es entonces, cuando la parcialidad, la alienación, y los intereses de determinadas empresas informadoras hacen estragos contando lo que les interesa, cuidando que resulte perjudicado el contrario y ensalzado el propio, e incluso colocando algún estrambote, aunque la idea no sea la de componer un soneto. Así puede verse como un delincuente, de buenas a primeras, es tratado como ejemplo digno de ser imitado, e incluso elevado a la categoría de héroe; y una persona honrada tachada de todo lo contrario. Esa falta de ecuanimidad no persigue otra cosa que inculcar interesados conceptos o ideas, con un tufo emponzoñado. Tan maloliente que, aunque se tengan abiertas las ventanas y llegue el aire fresco del anochecer, los comentarios penetran hasta la cocina con olor a churruscado, como la vegetación de "Los Arribes", después del incendio. Ahora les ha dado por decir, especialmente en Cataluña, que los islamistas no tienen nada que ver con los atentados que venimos sufriendo en Europa, y que, por tanto, hay que respetarlos y estar tranquilos, ya que nada se debe temer de ellos. Y nadie lo pone en duda, ya que de haber actuado los más de mil quinientos millones de islamistas que hay en el mundo, como los del ISIS, ya habrían acabado con Europa hace tiempo. Pero cosa distinta es que esos comentaristas se olviden que los seres humanos no somos perfectos; que el miedo es libre y cada uno siente el que quiere; que reaccionamos en función de lo que nos trasmite nuestro entorno, así que si somos besados nosotros acariciamos, pero si lo que nos rodea se torna agresivo tendemos a retraer nuestros afectos, de manera instintiva, en un intento vano de defendernos. Son reacciones lógicas, aunque en determinados momentos se tornen en injustas. Pero la cosa es así, porque lo cierto es que si fuesen judíos quienes estuvieran atentando contra nosotros, serían éstos quienes nos harían sentir desconfianza; lo mismo ocurriría si se tratase de asiáticos, americanos o africanos: pero el caso cierto es que se trata de islamistas. Es por ello, que, respetándolos, y considerándolos, en su mayoría, gentes de bien, no podemos evitar mirarlos de manera distinta a otros ciudadanos procedentes de otros países y religiones, porque si difícil es el arte de convivir con las personas, aún más lo es poder comprenderlas.

Claro que los desinformadores de turno, bien procedan de medios públicos o privados, de sectas, religiones o partidos políticos, no parecen pensar así, y siguiendo los mandatos de no se sabe quien, insisten en contarnos las cosas tal y como les interesa que las interioricemos. De ahí que no nos quede otro remedio que reaccionar, que intentar huir de la negrura estéril de la manipulación, acostumbrándonos a ver, escuchar y leer no solamente aquello que coincide con nuestra manera de pensar, sino también aquellas otras informaciones que dicen todo lo contrario, pues de esa forma, al menos, podrá quedarnos un cierto poso de duda.