Comienza hoy la semana grande del año cristiano. Los creyentes de todo el mundo, con más o menos fe, recibimos esa invitación de nuestro Maestro a "tomar la cruz". ¿Se nos llama a procurarnos una vida todavía más dolorosa que añada nuevo sufrimiento al vivir cotidiano? No se trata de eso aunque, desde fuera, siempre haya quienes afirmen que el mal o el dolor los ha inventado Cristo o la teología cristiana. Están ahí como parte integrante de nuestra existencia. Todos, tarde o temprano, hemos de enfrentarnos al sufrimiento y a la prueba, a la noche oscura y a la cruz. Los creyentes, sin embargo, contamos con ese convencimiento añadido de que "tomar la cruz" implica descubrir cuál es la manera más acertada y sana de vivir ese sufrimiento que ha de aceptar quien quiera ser humano hasta el final.

Los cristianos no somos masoquistas y nadie, en su sano juicio, ha de buscar el sufrimiento como experiencia negativa. Pero también es verdad que el sufrimiento es una experiencia ante la cual hemos de tomar postura. Es por ello que los cristianos acudimos al Crucificado para tratar de aprender a vivir, de manera humana, los diferentes sufrimientos. Un aprendizaje que estos días encuentra dos escuelas inseparables: la meditación de los relatos sobrecogedores de la pasión y muerte de Jesús en la cruz que se proclaman en las celebraciones de nuestros templos; y, fuera de ellos, la contemplación de impresionantes imágenes de Cristos y Nazarenos que procesionan por calles y plazas de gran parte de España.

Existe, en primer lugar, un sufrimiento que forma parte de nuestra condición humana frágil, limitada y caduca. Aquí "tomar la cruz" significa vivir todo eso siguiendo de cerca a Cristo, desde una confianza absoluta en que está de nuestra parte, pase lo que pase. En segundo lugar también experimentamos un sufrimiento inevitable cuando nos renovarnos y crecemos positivamente. Por eso "tomar la cruz" también implica renunciar y sacrificarse con alegría para ser más plenamente humanos; liberados de los instintos más primarios tan cotizados por determinadas ideologías hoy de moda. Por último, también existe un sufrimiento que es resultado de ser fieles a Cristo y a su Evangelio. En este caso "tomar la cruz" se traduce en aceptar con paciencia rechazos y burlas como las sufridas en el reciente carnaval de Canarias o anteriormente con los carteles blasfemos de las fallas de Valencia o la exposición sacrílega con hostias consagradas en Pamplona. Quienes tratamos de humanizar este mundo selvático, como Jesús, compartimos también con él un destino de crucifixión. Pero la cruz no es el último destino para quienes tratamos de seguirle: a una vida crucificada, como la de Jesús, solo puede esperarle una vida resucitada. "Si el grano de trigo muere da mucho fruto".