En Murcia, de madrugada, a las puerta de una discoteca y con total y absoluta impunidad, una joven fue brutalmente apaleada por catorce valientes, catorce, como registraron las cámaras de seguridad que permitieron detener a los agresores muy poco tiempo después y algunos de los cuales están ya en prisión y otros en libertad pero con cargos por los que habrán de responder ante la justicia. Un triste suceso que viene a recordar las agresiones de Alsasua, no hace tanto, donde dos guardias civiles que iban con sus mujeres fueron víctimas, ellos y ellas, de una paliza propiciada por el odio de una cincuentena, nada menos, de esta miserable clase de valerosos.

Entre las dos agresiones, es fácil encontrar puntos en común. Las víctimas se alineaban a la derecha y los atacantes en masa a la izquierda más extrema. El odio parece ser la causa principal en los dos casos. En los que, desde luego, pese a haber tres mujeres, ninguna organización feminista ha salido en su defensa. La joven de Murcia, llevaba según se ha dicho, en su muñeca una pulsera con los colores rojo y gualda de la bandera de España y ello hizo saltar la chispa en los agresores, uno de los cuales, aun entre rejas, ha sido recientemente candidato de IU en su pueblo.

Los agresores han alegado que la chica portaba en su atuendo símbolos neonazis, como si ello, aunque sea verdad, justificase la bárbara agresión. Pero es que aquí cada cual hace lo que quiere y ello origina que haya sectores radicales cada vez más envalentonados. Los nacionalistas anuncian sus planes independentistas a corto plazo. Se insulta públicamente y se queman fotografías del rey, se denigra a las más altas instituciones, se hace fuego con la bandera nacional mientras se enarbola el trapo con la franja morada de la república, y nunca pasa nada. Todo vale en función de lo políticamente correcto, de no irritar al de al lado, de una libertad de expresión que para unos no tiene limite alguno mientras es muy estrecha para otros. A la extrema derecha no se le perdona ni una pero a otros, que suelen ser precisamente los que protestan por lo que llaman la ley mordaza, no se les mide con el mismo rasero y se les permite todo, prácticamente, sin que una mayoría de españoles acierte a comprender cual es la razón exacta que determina tal grado de falta de autoridad.

La democracia es siempre la justificación al uso, usada con tanta reiteración y falsedad que llevan mucho tiempo originando la quiebra de los auténticos valores democráticos. Pero los votos son los que deciden, los que mandan, y por ello quienes ostentan el poder o pretenden ostentarlo o volver a ostentarlo, abandonan sus responsabilidades, se pliegan a lo que sea y tragan ruedas de molino con tal de no perder el favor no ya de sus electores, sino de quienes pueden engrosar el número de sus votantes, aunque sean minorías, con todos los derechos que se quiera, pero minorías al fin y al cabo. En este sentido, nada tienen que reprocharse los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, pues sus Gobiernos han sido siempre rehenes de gestiones pusilánimes y acomodaticias que tanto han debilitado el sistema.