Con la ingenuidad que caracteriza a la especie humana, simulamos que cambiar de año es pasar página en el libro que la vida nos va escribiendo a cada uno. Emblema de ruptura, de salto hacia adelante sin retorno posible. Cierre y apertura de dos capítulos casi independientes. Apenas, sin embargo, un punto y seguido o una humilde coma, y esto siendo benevolentes para con nosotros mismos y ese afán por compartimentar el tiempo como lo hacemos con el espacio, a pesar de la concreción de este y la intangibilidad de aquel.

El lenguaje, que procede de la inteligencia a la vez que da cauce a que esta se desarrolle, manifieste y socialice, utiliza la palabra hoja para aquellas que caen de los árboles, para las que nuestros dedos pasan en un libro y, en la mejor síntesis de ambas, para las que descolgamos del calendario. Yves Montand y tras él muchos otros cantaron la letra de Prévert de "Les feuilles mortes" en la que son otros dedos, los del rastrillo del tiempo, los que se llevan las hojas muertas.

Había dejado para los primeros días del nuevo año dos lecturas pendientes que debo a la generosidad de sus artífices. La una, las páginas 357 a 368 del Anuario 2015 del Instituto de Estudios Zamoranos Florián De Ocampo (cuánto debemos los zamoranos a la labor del Instituto) escritas por Paula Hernández Alejandro y Jesús Hernández Rodríguez, que este último dejó en mi despacho hace unas semanas. Bajo el título "León Felipe, camino de Tábara" extraen de los áridos documentos del protocolo notarial, con la minuciosidad del entomólogo y el terciopelo del amor a la tierra, la peripecia vital de la familia de León Felipe durante los años en que el padre ejerció de notario en Tábara, tres de los cuales (y no dos como hasta ahora sostenían los biógrafos) se corresponden con la infancia del universal poeta que aquí nació, aunque aquí nunca volvió: "Debí nacer en la entraña/ de la estepa castellana/ y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada".

Como quiera que desde que participé activamente en la consecución de los archivos de León Felipe, legado aún lamentablemente desaprovechado por las instituciones zamoranas, y especialmente en las conversaciones con la familia del ilustre tabarés y las negociaciones con Alejandro "Finisterre", mi interés y cercanía a todo lo que tenga que ver con el autor de "Drop a star" aumenta exponencialmente, felicito a Jesús y a Paula Hernández.

La otra obra para empezar 2017 ha sido la cuidada edición que su incansable viuda, Amparo, acaba de publicar de la obra de Ignacio Sardá "Lucrecia Borgia". Escrita en 1936, teatro y en verso, una deliciosa muestra de lenguaje, pensamiento y erudición que nos traslada atrás ochenta años -que hoy nos parecen varios siglos- y de allí otros cuatrocientos hasta Lucrecia y el Gran Capitán. Disfruté pasando las páginas y recordé que belleza, riquezas, poder: "feuilles mortes". "Sic transit gloria mundi".

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