En el relato del evangelio de hoy asistimos al encuentro de Jesucristo con unos saduceos que le plantean una cuestión. La pregunta tiene trampa porque los saduceos (una corriente dentro del judaísmo, diferenciada de los fariseos por sus planteamientos particulares) niegan la resurrección. Ellos piensan que el cielo es como una versión evolucionada de la vida en la tierra. Les parece absurdo, pero quieren ver cómo reacciona Cristo. Pretenden desenmascararlo porque lo consideran un enemigo, próximo a los fariseos. Sí, aunque nos parezca sorprendente, Jesús estaba muy de acuerdo con algunas ideas de los fariseos. Con otras, sabemos por los textos evangélicos, que no.

La consulta que hoy le hacen al señor es acerca de la resurrección. Es un planteamiento exagerado y retuercen la escritura para darle un barniz de autoridad. Por eso apelan a Moisés. Una mujer casada sucesivamente con siete hermanos, ¿de cuál de ellos será esposa en el cielo? Esta pregunta supone no entender nada de lo que significa el cielo, ni tampoco de lo que significa la vida terrena. Así se lo hace saber Jesús. Las cosas no son así. La vida eterna no es como la vida terrena, pero perfeccionada. Es otra cosa. Es participar de la misma existencia de Dios, de su gloria, de su eternidad. No es una mera repetición perfecta y eterna de las cosas de este mundo. Es muy diferente. Es la demostración plena y absoluta del amor que Dios nos tiene y vivirlo y experimentarlo para siempre. Cuando uno ama de verdad a otra persona, sin egoísmos, daría su vida por la felicidad del amado. Eso ha hecho Dios contigo y conmigo. Por amor ha dado su vida, la vida de su hijo, para que tú y yo alcancemos la felicidad más completa. Y no olvides que Dios te ama porque sí, no hay razones humanas. Él no te juzga por lo que haces, lo que sientes, o cómo vives. En este mundo Dios solo puede amarte.

Por ello, no seas tú saduceo. No vayas juzgando a los demás, retorciendo la escritura para que diga lo que te interesa. No tiene sentido. Recibe el amor de Dios, que llene tu vida. Un amor que te llega por diferentes canales. Y ama como eres amado. No juzgues, no te creas con el monopolio de la verdad. No te creas con el monopolio de Dios. Dios es más de lo que tú piensas que es o debe ser. No te encierres en tus planteamientos. No pongas trampas a Jesucristo para que diga lo que te conviene. Déjate amar por él. Ama como te ama él. Y así, irás acercándote a la vida eterna que Cristo consiguió para ti. Nunca juzgues, no califiques, no te encierres en tu verdad y no encierres al señor en tu verdad. Porque juzgar es matar al otro. Sé auténticamente libre. Lo tuyo es otra cosa. Amar en esta tierra para llegar al cielo. Es posible gracias a ti y a Dios.