Refulgían las navajas antes de rasgar el aire y un rumor indómito se alzaba entre los ayer remisos. La debacle electoral en el País Vasco y Galicia exacerbó las críticas y elevó el tono de la protesta. Seis de los siete presidentes autonómicos socialistas se oponían al proyecto de Sánchez de un gobierno alternativo con el apoyo de los independentistas, y crecía el malestar en las filas socialistas. En Ferraz reverberaban los ecos de sus adversarios en pasillos y despachos como ráfagas de mal fario. "Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil", cantaba García Lorca. "No es el momento de celebrar un congreso, sino de asumir responsabilidades políticas", declaraba Juan Cornejo, el secretario de Organización en Andalucía, sumándose a las críticas de otros notables. "¿Qué más tiene que pasar para que el PSOE reflexione?", se preguntaba su antiguo protector, el extodopoderoso José Blanco, y la baronesa andaluza ofrecía su colaboración desinteresada: "Estaré donde quieran mis compañeros y compañeras, en la cabeza o en la cola".

Sánchez había llegado el lunes a su despacho con el ruido de navajas y cuchillos cortando el limbo de sus espaldas. Esa noche apenas había dormido y el cansancio se reflejaba en sus ojos, pero desde la última planta podía escuchar el trino de los pájaros y ver las copas de los árboles del Parque del Oeste, meciéndose suavemente bajo el cielo gris. Inspiró hondo. Recordó la destitución de Tomás Gómez, su antiguo jefe y adversario, y el frío le encogió el corazón. Ahora, Susana Díaz pretendía hacer lo mismo con él. De momento, mantenía el mando; después, daría una rueda de prensa para concretar la asunción de responsabilidades que los críticos demandaban. Primarias y un Congreso era lo que ofrecía para dirimir el desencuentro. "Quiero que el PSOE tenga una única voz", dijo. "Defiendo un proyecto de izquierdas, autónomo de los poderes económicos y del PP, frente a los que quieren que el PSOE se abstenga y permita el gobierno de Rajoy". Quería competir con los compañeros y compañeras que como él aspirasen a la secretaría general. Quería que el voto de la militancia decidiera el nombre del líder para los cuatro próximos años. Quería ensanchar la democracia, dejar que fluyera la opinión de los militantes, que ellos decidieran el camino que el partido debía tomar. Pero sabía que jugaba con las cartas marcadas, y sus adversarios no estaban dispuestos a tragar el anzuelo.

Arriesgó Sánchez su liderazgo y sumió al PSOE en el desconcierto al llevarlo hasta los márgenes del sistema. Con el acecho de Podemos por amenaza, se enrocó en el no intransigente, creyendo que salvaría el honor ante la militancia y desacreditaría a los críticos. Pero la política no solo se nutre de ideales y convicciones, sino de responsabilidad y certezas, y no supo conciliar unas con otras.

El martes un nutrido grupo de parlamentarios socialistas anunciaba su rechazo en el Congreso, y el expresidente González desvelaba el fraude del compromiso adquirido, acusándolo de mendaz. "Me dijo que se iba a abstener y me siento engañado. Ha creado confusión en el partido y mucha más en el país", declaró durante una entrevista en la cadena Ser. Al día siguiente se precipitaban los acontecimientos. La mitad más uno de Ejecutiva dimitía y pedía una gestora que asumiera la dirección hasta la celebración de un Congreso en el que se eligiera al secretario general. Pero Sánchez no se arredró. Se atrincheró con sus fieles en Ferraz y cerró a cal y canto puertas y ventanas, ignorando a sus detractores. Su fiel escudero, César Luena, salió al quite: "El líder del PSOE sigue siendo su secretario general, que es Pedro Sánchez. La dirección va a cumplir y hacer cumplir las normas del partido".

Mas los críticos no desistieron. Verónica Pérez, la presidenta del Comité Federal y mano derecha de Susana Díaz en Sevilla, se plantaba el jueves a las puertas de Ferraz y sancionaba la fractura cainita ante la sorprendida melé de periodistas: "Yo soy en este momento la única autoridad en el PSOE". Y esa tarde, su jefa lanzaba desde Sevilla su oferta integradora: "El PSOE no es patrimonio solo de sus militantes. Vamos a contribuir a restablecer la fraternidad en el conjunto del partido en España".

Se acabó la huida hacia adelante y el envite de tahúr ensortijado. Se acabó el engaño, el juego de las medias verdades, las mentiras, la tergiversación de las normas, el sectarismo ideológico y la imposición cesarista para encontrar en la militancia la compasión por su falta de habilidad y su inmensa torpeza. Hoy, sábado, Sánchez tendrá que asumir su responsabilidad y tal vez entregar el liderazgo por no haber sabido integrar expectativas y sensibilidades. "¿Quién te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir? Mis cuatro primos Heredias, hijos de Benamejí".