En aquellos años de antes de la crisis, que resultaron ser poco más o menos como aquellos tiempos del cuplé, cuando vivían España y los españoles en una burbuja que iba a salir muy cara, gozando del tiempo de las vacas gordas, entonces, quedó instalada la cultura del vino, y cualquiera presumía, sin rubor, de saber de taninos, de buqué, de sabores a corcho o afrutados, ante una botella de una denominación de prestigio y elevado precio, pagado casi siempre con tarjeta ajena, a cargo del contribuyente -caso de los políticos- o de las empresas en sus horas más altas.

Pero pasó lo que pasó, el globo se desinfló y la cruda realidad, que en España fue aun más cruda y más dura y más larga bajo los mandatos del socialista Zapatero y del conservador Rajoy, objetiva muestra en ambos casos de la grandeza y la miseria de la democracia que puede elevar a la presidencia de un Gobierno a personajes semejantes para desgracia del resto de sus compatriotas. Hay que ver lo que dicen ahora y lo que duran mañana si hay terceras elecciones los votantes de Ciudadanos, que no votaron a los centristas para que Rajoy siguiera en la Moncloa, sino todo lo contrario. Pero esa es otra historia.

La crisis, sin embargo, y contra lo que se temía, pues influyó para mal en todos los aspectos de la existencia, no pareció incidir demasiado en el mundo vitivinícola que había crecido desmesuradamente en pocos años al abrigo generoso de las oficiales Denominaciones de Origen. Junto a los profesionales, justo a las bodegas de siempre y las nuevas bodegas, surgieron otras casi de la noche a la mañana a la expectativa de un fácil y lucrativo negocio, aunque algunas de estas empresas en manos de aficionados con posibles no resistieron los tiempos de mudanza. Aún así, producción y comercialización continuaron con su buen ritmo, debido también a una cierta contención forzosa en los disparados precios, no siempre acordes ni mucho menos con la calidades ofrecidas pese a las marcas y las denominaciones.

Ahora, cuando aun sin creer para nada a Rajoy en sus falsas apreciaciones sobre la economía, el hecho es que parece que la crisis comienza a verse por el espejo retrovisor y la demanda de buenos caldos se revitaliza. Un reciente estudio de una firma internacional especializada en mercados y consumo se hace eco de la situación y cita a los vinos de Rioja y Ribera del Duero como los más vendidos en España y fuera de España. Por producción ya se sabe que son las dos denominaciones indiscutibles. Pero en cuanto a calidades el asunto es más rebatible. Sorprende, por ejemplo, bastante, que el vino de Toro no aparezca siquiera entre la docena de Denominaciones de Origen de mayor consumo.

Siempre ha estado ahí, en primera linea, y encuestas e informes anteriores siempre lo han situado en los primeros puestos y no lejos de los líderes. Aún admitiendo, por supuesto, que Rioja y Ribera, sean imbatibles, y aun aceptando la tradición de otros vinos como los catalanes o aragoneses, o los mismos de Rueda y otros de la región castellano-leonesa, cuesta trabajo creer que los vinos de Toro se consuman tan poco como refleja tal estudio. Pero así parece que es. ¿Por qué? Esa es la cuestión.