No toda la violencia que acongoja a la vieja Europa es producto del terrorismo yihadista. El desencanto, la frustración, la locura, las depresiones, la desmoralización, el pesimismo han entrado en juego escribiendo páginas y más páginas con letras de sangre. Todos mirábamos horrorizados hacia Francia. Sin embargo los vientos del terror y también los de la locura han cambiado el rumbo y soplan fuerte en la fuerte Alemania. Los que saben y los que no, los que manejan información, los servicios de inteligencia, los analistas incluso norteamericanos ponían el acento en el peligro que corría Francia como escenario de nuevos ataques terroristas, de locuras de verano producto de todo lo que antes decía, especialmente entre la población inmigrante, los refugiados, que lejos de ser acogidos, en base a su estatus, son rechazados de plano.

Sin embargo la estrella de los vientos, en un movimiento brusco, señaló Alemania. Primero Francia, luego Bélgica y en un nivel de alerta mucho más bajo, por debajo de la zona de riesgo, Alemania. La masacre de Niza acortaba los plazos de un nuevo atentado en el país galo, pero ha sido Alemania quien ha cerrado una de sus semanas más tensas y dramáticas. Primero Múnich y luego la ciudad bávara de Ansbach. Alemania tenía un aviso desde la pasada Nochevieja con aquel terrible capítulo de robos y agresiones sexuales por parte de inmigrantes, fundamentalmente sirios, a mujeres alemanas, en medio de la rabia e indignación de autoridades y ciudadanos.

En los análisis de riesgo, los servicios de inteligencia citan de modo habitual que el terrorismo yihadista, tanto el de Daesh como el de Al Qaeda, tienen a Europa como objetivo fundamental. Cuanto más se combate a Daesh, sin duda en peor situación que nunca, aumenta más si cabe el riesgo de que sigan intentando buscar el desequilibrio de Europa, atentando en el viejo continente para así lanzar un mensaje de falsa fortaleza. El foco del miedo ha cruzado la frontera y se ha detenido en Alemania, país que también está en el punto de mira del terrorismo islamista, pero al que no se le había dado la consideración de víctima inmediata.

¿Qué ha podido pasar por la mente de quienes no han invocado a Alá, de quienes no han seguido los dictados de manual del Daesh, de quienes no se veían en ese paraíso ficticio rodeados de vírgenes, de quienes no actúan en base a la religión, pero sí a la frustración y al odio que canalizan a través de la violencia? Una violencia mortal. Una violencia protagonizada por jóvenes contra jóvenes. Una violencia también conocida en Estados Unidos, en institutos, colegios y campus universitarios. ¿Qué es lo que el mundo civilizado está haciendo mal? ¿Es por falta de diálogo o es por ausencia de horizontes de futuro? ¿Es enfermedad mental, es odio a secas, es ganas de protagonizar el efímero minuto de gloria que dura lo que dura la noticia para el causante del horror? ¿Qué está ocurriendo en Europa y en el mundo para que las páginas de sucesos, más allá de los accidentes de tráfico y de la execrable violencia de género, rebosen de noticias?

El miedo, siempre libre, empieza a hacer mella en el ánimo de turistas y también de los habitantes de esas ciudades donde la violencia yihadista, y la otra violencia producto de la frustración, las han convertido en noticia indeseada de un verano en exceso sangriento.