Las elecciones generales celebradas el 26J, más que una competición entre partidos políticos para ver quién podría gobernar España, parece que fue un referéndum en el que los españoles han respondido a una consulta manifestando que, por encima de cualquier programa político queremos ser españoles.

A través de los medios de comunicación hemos comprobado que el mapa político presenta un color, en casi su totalidad, azul, salvo esa "mancha" en Cataluña y ese "color distinto" en el País Vasco. En todo caso, a juzgar por los votos emitidos en la jornada electoral, ha quedado claro que los españoles no queremos perder nuestras señas de identidad.

A la hora de valorar quienes han sido ganadores y quienes perdedores, pienso que quien ha ganado es España y quienes han perdido son aquellos que han pretendido que los españoles seamos distintos a lo que nuestra propia naturaleza nos impone.

Los ciudadanos que tenemos una larga experiencia, obtenida a lo largo de los años vividos, sabemos que los cambios, los experimentos, las novedades encierran el peligro de lo desconocido y como ya hemos pasado por riesgos, peligros y períodos muy amargos, no es que queramos aplicarnos el refrán de "vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer", sino que no deseamos ir a peor y pretendemos mejorar lo que sea mejorable.

Es lógico que muchos jóvenes que aspiraban a un cambio de Gobierno con la ilusión de que se resuelvan los muchos problemas que ahora tienen, sientan una frustración grande porque no ha ganado "su partido", pero yo creo que, si el que ha ganado resuelve sus necesidades, puede sentirse satisfecho.

Ojalá que en esta ocasión se encuentre la fórmula adecuada para una gobernabilidad estable y los acuerdos entre partidos sean provechosos para todos.