No nos debe de extrañar que pase lo que pasa. En un país en el que un delincuente en excedencia, antes presidente de un gran banco, y un delincuente en funciones, antes torero, se permiten el lujo de aconsejar a los españoles que es lo que deben o no deben de hacer, es que algo raro debe estar pasando. Claro que peor aún es que los medios informativos, o algunos de ellos, den eco inusitado a lo que dicen tan impresentables ciudadanos, y mucho peor que los incorporen a sus tertulias o los hagan protagonistas de sus más destacados programas. Que existan delincuentes es cosa que no se puede evitar, pero que se les presente como héroes televisivos es síntoma del mal estado de una sociedad.

Claro que si se tiene en cuenta la caspa que ocupa gran parte de los espacios en determinados medios informativos y la audiencia que llega a alcanzar, no debería extrañarnos nada, por muy raro que parezca.

Para que se instale la decencia es necesario que antes lo haya hecho la educación. Pero un país en el que todavía queda gente que defiende a una sociedad anónima, que no paga a sus acreedores, ni a sus empleados, ni a Hacienda, ni a la Seguridad Social, es cosa que debe hacerse mirar. Hace unos días lo hemos podido comprobar con una de esas empresas que se dedica a explotar un club de fútbol de primera división, que ha sido descendido de categoría por saltarse las normas, leyes y demás condicionantes por la que se rigen ese tipo de sociedades. Pues bien, montones de ciudadanos y algunos comentaristas deportivos presentaban a la mencionada sociedad anónima deportiva como mártir de una desvariada operación de escarnio. También hemos podido ver cómo resultaba aclamada una tonadillera cuando salía de la cárcel, en la que se encuentra por mor de haber blanqueado dinero procedente de las arcas de determinada institución pública. Viendo que ese tipo de comportamientos continúan en auge, uno no puede evitar que se le abran las carnes mientras le salen los higadillos por las orejas.

Quienes, ante tales hechos, así reaccionan no son extraterrestres, ni ciudadanos de las antípodas, sino parte de nuestros compatriotas, que no se sabe bien porqué, se comportan de manera tan sorprendente ante la presencia de ese tipo de personajes. Un país en el que llegue a proliferar tal tipo de individuos lo tiene mal para prosperar, para avanzar en pos de una sociedad racional, culta, justa y con proyección de futuro, y más aún para sustituir el miedo por la verdad.

Una sociedad que tira papeles o cáscaras de "pipas" a la calzada -ante la presencia de papeleras- o que arroja al suelo de los bares restos de gambas o conchas de mejillones, reúne síntomas de un país bárbaro, cuyo nivel cultural -nunca mejor dicho- puede andar por los suelos. Un país donde quienes aparcan en doble, o triple fila, reaccionan como energúmenos cuando alguien intenta hacerles ver lo inadecuado de su actuación, es una versión más de un mundo al revés. Una clase política que se toma su cargo como medio de vida, como si se tratara de un empleado del Catastro, o de Carrefour, por poner por caso, ofrece una triste imagen de una sociedad enferma, porque al fijar un horizonte tan próximo, hace que se alejen de ellos los ciudadanos. Claro que ese tipo de políticos que dicen que nos representan, mienten. Si acaso representan a su señora y a sus familiares más próximos, puesto que lo único que defienden son sus propios intereses.

Un país, con ciudadanos de esas características reúne síntomas de país subdesarrollado y con poco sentido común. Menos mal que también existen otros tipos de individuos, como el profesor Emilio Lledó (Miembro de la RAE y Premio Princesa de Asturias) que de vez en cuando nos recuerdan que en un tiempo de desesperanza hay que optar por la esperanza, y con ello debemos quedarnos, aun a pesar de que sigan existiendo algunos que traten de justificar cualquier vileza del presente con la esperanza que no sea recordada en el futuro.