Muy queridos hermanos en el señor Jesucristo: Nos llena de gozo la celebración de esta gran fiesta del Corpus Christi, ya que este día rememoramos y revivimos el inmenso amor que Dios ha tenido para con nosotros al darnos a su mismo hijo hecho alimento para nuestro caminar creyente, por esto nos sentimos agraciados por la Eucaristía, sacramento de la caridad de Cristo.

Este día los cristianos fijamos más nuestra mirada en el cuerpo sacramental de Jesús nuestro señor, por ello festejamos vivamente este admirable sacramento, celebrando solemnemente la Santa Misa, adorando con fervor la presencia real de Cristo en el pan consagrado, y portándolo procesionalmente por nuestras calles y plazas.

Cristo ha querido permanecer entre nosotros por medio de la Eucaristía, para darnos una continuada prueba de que ha venido desde el padre para colmarnos de su vida divina, uniéndonos fraternalmente a su persona de tal modo que nos ha constituido en su cuerpo, para que cuantos estamos unidos a él vivamos la comunión en su amor.

La Eucaristía refuerza y renueva nuestra vinculación fraterna con Jesucristo, ya que al recibir su cuerpo sacramental somos asociados cada vez más estrechamente con él, y también se genera y fortalece la vinculación fraterna con los demás miembros de su cuerpo eclesial y con todos los hombres, a quienes ha tomado como hermanos.

Esto implica que la celebración del Corpus Christi nos ha de impulsar a desarrollar más vivamente nuestra relación amistosa con aquel que nutre nuestra hambre de vida con el pan celestial, y al tiempo, nos ha de estimular a procurar practicar más intensamente la relación fraterna con cada persona, ya que es nuestro hermano.

Por la dependencia recíproca entre la Eucaristía y el amor de Cristo se ha fijado en esta jornada el Día de Caridad, que este año quiere estar centrado en redescubrir la fraternidad humana, tal como nos lo plantea incisivamente el lema que Cáritas presenta, dirigiéndonos esta interpelación: "¿Qué haces con tu hermano?". Con esta llamada quiere ayudarnos a reconocer la vinculación fraterna que Dios ha establecido entre todos los hombres y mujeres, ya que a todos nos ha creado a su imagen, iguales en dignidad y asociados entre sí para que constituyamos y vivamos formando la única familia humana.

A esta interpelación respondemos de modo muy diverso, ya que podemos optar por el camino de la indiferencia ante los otros, movidos por el egoísmo, fruto del pecado que actúa apartándonos y desentendiéndonos de los demás, como si fueran extraños a nosotros, o incluso llegando a considerarlos y tratarlos como nuestros rivales.

Pero también podemos responder receptiva y comprometidamente, movidos por el amor de Dios encarnado en Cristo, reconociendo a cada hombre y mujer como un hermano nuestro, y, por tanto, sintiéndolo unido a mí, interesándome por su vida, preocupándome por su caminar, asumiendo sus debilidades y ofreciéndole mi amistad.

Los hermanos que esperan nuestra acogida, escucha, compañía y solicitud son preferentemente los más indefensos, excluidos, deteriorados y necesitados, ya que así nos lo mostró y encomendó el mismo Jesucristo, ya que quiso identificarse fraternalmente con los pobres, para que en ellos lo amemos, reconozcamos y sirvamos.

Por ello este Día de la Caridad nos compromete a dejarnos cuestionar y revisar personalmente acerca del ejercicio concreto de la fraternidad, sobre todo con tantos hombres y mujeres, también entre nosotros, que se ven privados de los derechos fundamentales para vivir dignamente: el alimento, la vivienda, la sanidad y el trabajo.

Los cristianos estamos llamados a acrecentar la práctica efectiva de la fraternidad, para lo cual nos corresponde conmovernos con tantos hermanos que están sufriendo de múltiples formas, y movilizarnos activamente cargando con las miserias materiales y espirituales de los otros, ayudándoles a superarlas practicando la justicia.

Gracias a que el amor de Cristo nos ha abierto y encaminado en la fraternidad con todos los hombres, la Iglesia, a través de sus miembros, organismos y comunidades, ha respondido abundantemente a la incisiva interpelación sobre nuestra acción con los hermanos necesitados, como lo practica amplia y ejemplarmente por medio de Cáritas.

Los católicos zamoranos podemos mostrarnos orgullosos por la extensa obra fraterna que nuestra Cáritas Diocesana ha desplegado a lo largo de sus ya cincuenta años de trayectoria vivida desde su constitución canónica. Aunque recordar este esforzado itinerario no la tiene que paralizar, sino que la alienta, orienta y motiva para que intensifique su acción, ya que seguimos teniendo hermanos pobres entre nosotros. Por lo cual Cáritas seguirá respondiendo con creatividad, generosidad y prontitud.

Cáritas generará fraternidad en la medida que cuente con el apoyo de todos los cristianos, ya que es la expresión organizada de la caridad, por ello nos corresponde conocer, asumir y participar más comprometidamente en sus proyectos y acciones. A través de sus diversos programas y centros nuestra Cáritas Diocesana está practicando cotidianamente la fraternidad a favor de hombres y mujeres necesitados de lo más básico, de familias con todos sus miembros sin trabajo, de ancianos que vivían en soledad, de drogodependientes que buscan rehabilitarse, de reclusos que intentan reorientar su vida, o de inmigrantes que se sienten marginados por nuestra sociedad.

Por todo ello, quiero animaros a que permitamos que la pregunta por nuestro hacer con los hermanos resuene en cada uno de nosotros, y que respondamos con decisión y generosidad, entregando de lo nuestro, para que todos los hombres nos sintamos y vivamos cada vez más hermanados por el amor hecho justicia y solidaridad.

(*) Obispo de Zamora