C on los deberes hechos, los candidatos se retiraron a sus cuarteles de invierno a la espera de conocer mañana por la noche los resultados de unas elecciones municipales y autonómicas que se presentan de inicio reñidas como pocas. Hoy, a reflexionar y mañana a votar. O a abstenerse. En cualquier caso, con los únicos deberes hechos que se presentan los integrantes de las listas es con los de la campaña, porque de los otros, muchos han quedado sin hacer por parte de todos. Asignaturas pendientes que en cuestión de horas se sabrá si se han aprobado al final o si ya no restan apenas oportunidades.

Los que tampoco se libran de los deberes, y los sufren con mayor agobio y presión, son los escolares, que desde primaria a secundaria no se ven libres de esa vieja costumbre tan denostada y debatida por padres, profesores y los mismos alumnos, pero que ahí sigue pese a que tiene o parece tener más detractores que defensores. Menos mal que ahora, en mejores condiciones en la mayoría de los casos. Tan vieja e inamovible es la rutina de los deberes que aún la piel se eriza si se piensa en aquellos tiempos de los niños de la posguerra, cuando se salía de clase a las seis o seis y media de la tarde con la cartera llena de tarea para hacer en casa. Apenas si restaban unos minutos para la merienda, aquel pan con chocolate tan negro como el mismo pan, o el bocadillo con espeso aceite de oliva espolvoreado con azúcar, o con el dulce de membrillo, o si había suerte regado con leche condensada, que pocas cosas más había. Luego, los deberes, malditos deberes, que impedían salir a la calle a jugar, y cuando se terminaba a cenar y a la cama, y así un día y otro día hasta el domingo, que no había entonces fines de semana.

Al menos ahora, muchos alumnos no tienen clase por las tardes y eso les evita en parte la excesiva dedicación a los deberes, de los que nadie se libra. Pero, generalmente, cuentan también casi todos con otras actividades extraescolares que ocupan su tiempo, por lo que las cosas siguen más o menos igual y hacen mal los trabajos encomendados, o no los hacen, o se los hacen los padres, o no pueden con el estrés ya desde tan corta edad. Solo en los años 80, que se recuerde, un ministro socialista limitó al máximo este asunto de los deberes, pero pronto volvió a caerse en una rutina que desde el ámbito docente algunos ven como necesaria para acostumbrar a los alumnos al hábito del estudio mientras otros denuncian su inutilidad absoluta, al menos tal y como se vienen haciendo, con los mismos ejercicios para todos, sin criterios personales por tanto, que no solo no otorgan mayor capacidad ni mejores resultados al estudiante sino que le limitan su función social al privarle de tiempo y espacio para el ocio necesario.

En realidad, es en España, y en la siempre extremista Rusia, donde más tareas para casa se imponen en las escuelas. En Francia, hace dos o tres años hubo una huelga de padres contra este hábito que tantas veces suele recaer en los progenitores que se sienten obligados a ayudar al hijo agobiado por la dura jornada escolar. Y ahora, en Madrid, una madre ha recabado 100.000 firmas, que va a presentar en el Congreso, una iniciativa contra los deberes escolares. Ahí les queremos ver a los diputados.