Dicen que en la vejez cae sobre nosotros todo el peso de las experiencias vividas y volvemos a la infancia; será por eso que, a mis muchos años, los recuerdos de niño me embargan de emoción y evoco el escaparate de Mediero a rebosar de juguetes, mientras miro, sueño y aguanto los picores de los sabañones de las orejas, pies y manos. Para mí Navidades eran días de soñar y despertaba en la mañana de Reyes, cuando, después de una noche de ilusión, llegaban los regalos y no eran los pedidos en la carta escrita en papel de estraza, los transformaban las necesidades económicas del momento, pero siempre fue especial.

Los años cuarenta fueron duros para todos, pero la ilusión aún perdura; sin embargo, observo a mis nietos y veo con tristeza que se menosprecia la espera ilusionada de la noche mágica de los Reyes Magos. En la espera de toda la Navidad hasta Reyes, para mí, se substanciaba a la verificación de la ilusión: Siempre venían los Reyes, aunque trajeran otra cosa. Yo aún pongo mis zapatos a la vera del balcón y no falla la esperanza, porque siempre llegan y se mantiene la emoción de un posible encuentro, tras el balcón, con los pajes.

Pero creo que los padres, actualmente, se equivocan con las nuevas modas de Papá Noel, porque los chicos jugarán desde el primer día con los regalos, pero los regalos, en sí mismos, no son más que una ilusión efímera, solo permanece lo esencial que no son los juguetes, son las sensaciones y los sueños.

En Benavente, desde hace siglos, tenemos el testimonio público de la Adoración de los Reyes Magos. Ahí están, en San Juan del Mercado, testimoniando una realidad soñada.

Desde mi creencia en sus Majestades, les escribo mi utópica carta: Mis soñados y queridos Reyes Magos, mis santos y sabios estrelleros, ahora, cuando los astros son lugares visibles en la proximidad de los telescopios y los planetas son visitables, la humanidad pierde todos los horizontes, hasta el que se vislumbra desde los sentidos de la dimensión humana.

Es hora de recapacitar y volver a aquel primer homínido de Atapuerca y fijarnos en su manera de intuir la estrella luminosa que, como expresa la tradición, dirigió vuestros pasos regios a lomos de camellos; porque la evidencia nos dice que desde el principio de los tiempos, en la mayor oscuridad de la noche humana, el hombre primitivo tenía el íntimo presentimiento de la trascendencia y crea pinturas totémicas, y usa amuletos en rituales esotéricos, y entierra ritualmente a sus muertos. Es un hecho que, en sí mismo, determina que algo supera los sentidos humanos, que está escrito en el corazón del hombre y es algo indeterminado que le supera. Por todo eso, os pido el gran milagro de encender esa luz misteriosa que se apagó ante Herodes, en la tiniebla de la soberbia de una sociedad enferma y delirante, para que, así, como Lot, algunos puedan escapar de la vivencial y frenética locura que nos envuelve.

Esperando que se cumpla el milagro y todos llevemos en el alma la luz de la estrella, os saluda vuestro viejo seguidor que recuerda cada año vuestra amistad.