Por fin le llegó la hora a nuestra joya visigoda de la segunda mitad del siglo VII de nuestra era, ese San Pedro de la Nave que inició la aventura hidroeléctrica más importante del siglo. Una aventura que, como todas, va envuelta en melodías de todo tipo y clave, pero siempre con ganadores firmes y seguros a la hora de la taquilla. Pero en este caso concreto se salvaron la historia y el arte. Y todo gracias a la diligencia y firmeza de dos hombres: Gómez Moreno, que hace la propuesta de salvar a toda costa aquella iglesia única en la arquitectura de aquella lejana época, y el arquitecto Ferrant, que durante dos años hizo el milagro de recuperarla sana y salva de añadidos.

A su actual emplazamiento de El Campillo por fin después de esa larga espera le ha llegado la hora de una adecuada atención. Y es con la instalación de una adecuada iluminación interior que destaque, ofrezca y ayude a disfrutar de ese conjunto de detalles de esas tres grandes etapas que se manifiestan, y están tan claramente realizadas y destacadas a pesar de las sombras que las cubrían. Hoy tras ese detallado estudio, y con la carga de facilidades técnicas que existen, le proporciona el atractivo y belleza que encierran. Merece la pena recordar la tesis doctoral de don Ramón Corzo Sánchez, director que fue de nuestro Museo Histórico cuando todavía no teníamos detallada la obra que constituyó una llamada de atención. Con ella toda esa carga de leyendas más o menos históricas que siempre van unidas a piezas más o menos legendarias, pero siempre destacando el valor y significado histórico como en este caso, vías romanas y vados y en este caso siempre abierto el camino hacia el Oeste. Una constante en estas tierras que siguen al pie de la letra el rumbo del Duero, tema siempre lleno de dichos y referencias con cariz siempre histórico.