Hoy en la Biblioteca Pública de nuestra ciudad se presenta a la sociedad zamorana la Antología Poética de un escritor, poeta, zamorano, Ángel Fernández Benéitez, compañero y amigo, en el que se recoge su andadura poética desde 1978 hasta 2013, es decir, ayer. El volumen, titulado «Perdulario», publicado por la Diputación de Salamanca en una impecable edición, aborda poemas que van desde su primer libro, «Espirales», hasta sus últimos poemas inéditos. Dicha Antología va precedida de un pormenorizado y extraordinario estudio de un coetáneo suyo y también gran poeta como es Máximo Hernández. En él analiza y desmenuza la poesía de Ángel Fernández de manera exacta y crítica, abriéndonos nuevos caminos para una mejor lectura de sus poemas. Como, además, en el acto de presentación se cuenta con otro primer espada de la poesía como Tomás Sánchez Santiago, y del diputado de Cultura de Salamanca, no seré tan osado de entremezclarme en disquisiciones literarias que serán expuestas en dicha presentación, pero sí quiero hacer referencia a algunas de mis vivencias, charlas, discusiones (literarias) y confesiones con quien compartí Departamento en el IES Maestro Haedo durante más de una década y por el que siento, no la admiración del lector al poeta, sino el cariño y la amistad que se ganó en esos años.

Cuando me comunicó en su casa que estaba a punto de salir una antología suya, editada en Salamanca, con el título tan sugerente, pero extraño, de «Perdulario», busqué en el diccionario para ver qué sentido quería dar al título de su obra. Y leí «sumamente descuidado o desaliñado» (?); «vicioso incorregible» (?) mas no creo que sea esa su idea al titular así. Más bien pienso que sus poemas, como fray Luis señala en el prólogo de sus poesías para justificar su publicación «se me cayeron como de entre las manos», Fernández Benéitez los quiera dejar caer y así se pierdan en las tierras de aquí y de allá y el viento mesetario los transporte al mar inmóvil de su Lanzarote añorado.

La relación inicial que nació en el instituto entre los dos fue al principio bastante fría, tan solo profesional. Tal vez su timidez le hizo estar a la defensiva y pasar de puntillas como Machado. Sin embargo, mi talante extrovertido y -por qué no decirlo- la preocupación por mis compañeros, hizo que esa distancia se fuera acortando como en los toros, afición tan compartida con el poeta. Hasta que un buen día, en esas conversaciones del recreo, me comenta que su primer libro de poesía ganó el premio Sañudo Barquín de Toro en el año 1980. Me quedé sorprendido por la casualidad que supuso que, veinte años después, me reencontrara con aquel al que yo, como miembro de aquel jurado junto con Tundidor y Rodríguez Olea, le hubiera concedido el primer premio de poesía. La dedicatoria de un nuevo ejemplar de ese su primer libro «Espirales» alude a «la culpa» que tuve para que esos versos salieran a la luz. Creo que desde ese día nuestra comunicación fue más fluida, más personal, menos académica y más de compañero. Sus lecturas en el Departamento de su último libro «Blanda le sea» que vi crecer y al que Ángel mimaba y cuidaba como un bebé; las opiniones sobre nuestros poetas preferidos, opiniones distantes pero respetadas; las actividades extraescolares que programábamos, o las prosaicas discusiones sintácticas con nuestros compañeros Fernando, Almudena o Joaquín me hicieron descubrir al verdadero Ángel, que se escondía tras su timidez y se vaciaba en sus poemas.

Pero mi recuerdo más profundo viene dado de un seminario sobre poesía zamorana contemporánea que organizó en Toro la asociación Proculto junto al IEZ Florián de Ocampo, coordinado por mí en la primavera de 2009, en el que además de una aproximación a la poesía de Ángel, por parte de Miguel Merchán, se cerró con un recital de poesía. En ese recital, en el Casino de la ciudad del vino, junto con el poeta y prologuista Máximo Hernández, redescubrí la categoría poética de A. Fernández. Recuerdo que era un sábado y competíamos contra un partido de fútbol, pero las personas que llenaban el salón sintieron la magia de la poesía a través de sus versos como pocas veces he visto en los recitales poéticos. El desgranar de sus versos con esa lectura suave, intimista, sentida creó un clima de calidez y de empatía que sorprendió a quienes se acercaban por primera vez a su poesía. Yo invito a todos los amantes a la poesía que se acerquen hoy a la Biblioteca Pública como en aquella noche, y se dejen transportar por la magia de la palabra de Ángel Fernández Benéitez. Seguro que disfrutarán.