Cuando esto escribo, un manto de nubes blancas vela el azul de un cielo que en esta semana de abril fue intenso y luminoso. Las previsiones para la tarde dicen que quizás alguna tormenta se lleve el polvo depositado sobre la cera de las velas que, alineada en hileras, nos recuerda que estamos en Semana Santa.

También puede ocurrir que no llueva y entonces -la definición no es mía, sino escrita hace una década por un periodista del «Wall Street Journal»- esta «vieja y dormida ciudad española» mantenga intacto el aroma de unos días en los que después de muchos años sin poderlo hacer, ha vivido plenamente sus días más brillantes.

Es extraño decir, y sentir, que es en los días en que se conmemora el sufrimiento, la injuria y la muerte del más Justo entre los justos, cuando Zamora más se entrega para mostrarse al mundo, para lucirse ante el visitante, para acoger al exiliado, a todos aquellos que solo en el éxodo encontraron su camino y a aquellos que siendo de otras tierras se acercan a ver, a sentir, a vivir una ciudad que no es ella misma, sino otra, pero mejor, mucho mejor, durante una semana al año.

En el lenguaje de las organizaciones, en el argot de la gestión y del mundo de la empresa, se habla de «visión» y de «misión». En esos términos, si algo arrastramos los zamoranos desde hace siglos, tan pesado como la Cruz camino del Gólgota, es la ausencia de una visión colectiva que contribuya a marcarnos un objetivo común, un punto en el horizonte al que dirigir nuestros pasos.

No es que no lo hayamos intentado, de cuando en cuando lo hacemos. Surgen individuos sobresalientes o se conforman grupos notables que buscan romper las cadenas que nos anclan a una mediocridad que no está en nuestro ADN pero a la que nos hemos resignado incomprensiblemente. Trágicamente ante ellos el conjunto de los zamoranos reaccionamos o bien como los antiguos judíos con el Redentor: «Crucifixión, crucifixión». O bien como Pilatos, lavándonos las manos para que sean otros los que asuman los riesgos, los que decidan o los que masacren a quienes osan salir del redil de lo preestablecido.

Comenzaba su artículo hace ya una década aquel periodista americano, con motivo de una iniciativa pionera a nivel mundial, diciendo que la última vez que esta adoquinada ciudad medieval estuvo a la vanguardia de algo, el Cid atravesaba sus murallas preparando la Reconquista.

Exageraba en la busca de un efectismo periodístico, casi cinematográfico, pero no erraba. Zamora está huérfana de esa visión colectiva y sin ella difícilmente puede convertir en misión los pasos necesarios para retornar a una prosperidad que durante siglos tuvo y luego, entre conservadurismo rancio y caciquismo, perdió.

Y sin embargo, cada año, hay una Semana en la que volvemos a cumplir una misión colectiva. Mostramos nuestra mejor cara y demostramos que juntos podemos.

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