En contra de la aparatosidad audiovisual, la prensa escrita es una misión colectiva frente al individualismo televisivo. Un anchorman es más importante para su empresa que una firma de prestigio, con la excepción de Michael Winner. Miles de personas -incluido el autor de estas líneas- abonan cada domingo seis euros por el «Sunday Times» de Rupert Murdoch, a condición de que incluya la sección del peor crítico gastronómico del mundo, dicho sea con doble sentido peyorativo. A saber, presume de no tener idea de cocina, y toma impulso en su ignorancia para descargar mortíferos mandobles sobre los templos pretenciosos de la religión de la restauración. Omitimos caritativamente sus comentarios sobre Arzak.

En España, Winner es el director de medio centenar de películas, incluida «Yo soy la justicia» con el hierático Charles Bronson. Ha trasladado el afán justiciero a la crítica gastronómica, disciplina que fustiga con más saña que a los propios restaurantes. Durante dos décadas, la pesadilla del propietario de un restaurante Michelin consiste en verlo entrar en su posada. El éxito del impostor se cifraba en su capacidad camaleónica para identificarse con los asistentes profanos a la ceremonia de la confusión culinaria. Winner presume de no distinguir un mero de un rodaballo. Su facundia desataba una sarta de réplicas que deploraban su incultura y su aspecto de viejo gruñón. Las sátiras al sátiro son publicadas religiosamente junto a su sección. Aunque a menudo superan los límites de la injuria penal, no alcanzan la virulencia del resentimiento de los profesionales de la cocina y de la crítica. Cumplidos los años 77, Winner estaba condenado a criticar con frecuencia creciente la comida de los hospitales donde era ingresado. Por tal motivo, el peor crítico gastronómico del mundo anunció públicamente su retirada dos semanas atrás. La oleada de muestras de tristeza entre los lectores conservadores del «Sunday Times» demuestra que el salvajismo periodístico compensa, si se ejerce en directo y sin clase. El dominical del «Times» merece aún la pena por las inmisericordes críticas automovilísticas de Jeremy Clarkson, frente a la cobarde complicidad del sector con las marcas. Cabe destacar la valentía del editor que respalda estos ejercicios de gamberrismo, y recordar que la esencia del crítico no es la sabiduría, sino la comunicación con el lector. De ahí que uno de los huérfanos le ordene a Winner que «No puedes parar. Por favor continúa, incluso desde tu tumba».