Estoy conmocionada. Uno de los más sobresalientes iconos nacionales del dolce far niente, un chiquito que no sabe lo que es darle un palo al agua porque en su vida se ha pegado un madrugón para ir al tajo, es más, no sabe qué es el tajo, un chico que ha vivido gracias a la generosidad de mamá y en la actualidad vive de las rentas que le dejó papá, se ha visto en la urgente necesidad de alquilar una impresionante chabola, regalo del difunto marido de mamá, para obtener liquidez. Media España se muere de hambre y se ve poco menos que bajo el puente o de okupa por culpa de los puñeteros desahucios, y mientras tanto Borja Thyssen se lamenta de que no tiene suficiente para mantener el tren de vida que lleva junto a su mujer, Blanca, y sus tres vástagos.

Con lo que Borjita se gasta en mantener su casa de Madrid, en la lujosa urbanización La Finca, se podía dar de comer a miles de españoles. Encima, se quejan con ostentación. Y eso es lo que me repatea. Me repatea que las teles patrias les dediquen las horas y horas que les dedican hablando de pormenores y pormayores, como si gente así fueran el ejemplo que los españoles necesitamos para progresar adecuadamente, para trabajar, para crecer como personas, como seres humanos y seres útiles a la sociedad.

Recuerdo que en el Boletín Oficial del famoseo, la más prestigiosa de las revistas del cuché, Borja y Blanca enseñaban hace un año en portada su refugio secreto. Una casa a pocos kilómetros de Villa Favorita en Lugano (Suiza) y que fue un regalo del barón cuando el nene cumplió 18 tacos. Si el barón levantará la cabeza se volvía a morir sin necesidad de ayudarse de bebedizo alguno. Doce meses después de aquella «efeméride» revisteril nos enteramos de que la familia Thyssen-Cuesta no podrá volver, ¡qué pena!, a ocupar la chabola por lo menos durante una larga temporada porque las necesidades de liquidez les han obligado a alquilar el regalo de papi por 300.000 euros al año. Calderilla para un niño acostumbrado a gastarse lo suyo, lo que le dejó papá y si no se gasta lo de mamá, es porque Carmen Cervera conoce sobradamente el percal del que está hecho su hijo.

Alquila la casa para conservar el tren de vida que lleva consistente en no hacer nada de provecho y como mucho asistir a saraos de todo tipo y posar previo pago en las revistas de la cardiaca. Y eso que la casa tiene para el nene un importante valor sentimental. Si no lo llega a tener, seguro que la habría largado ya al mejor postor. La casita, situada en una parcela de 40.000 metros cuadrados, tiene una superficie construida de más de 240 metros cuadrados a modo de loft. Ahora ha aumentado la familia, pero no me diga que con menos no vivirían también a gustito.

Pero, no señor, esta gente que no ha contribuido ni contribuirá al progreso de España, a su salida de la crisis y a todo lo que a los demás nos obliga a arrimar el hombro, vive a lo grande. Son los pequeños zares de nuestro tiempo a los que Hacienda que, como bien sabemos, no somos todos, debería investigar a fondo. Por si usted no lo sabe, Borjita recibe anualmente de su mamá, 300.000 eurazos de vellón. Y ¿sabe usted cuánto pidió por presentar en la sociedad del cuché a su último vástago?, pues ni más ni menos que 150.000 euros. La revista se negó en rotundo. Así deberían hacer todas las cardiacas. Y en su defecto que los lectores se negaran, de una vez por todas, a seguir alimentando vagos con la compra de tan inservibles silabarios.