En la reocupación partidista de RTVE hay algo peor que el sectarismo y la patrimonialización: un aire a vieja política, a fondo de armario del que se recuperan viejas prendas ya olvidadas, con un recio olor a naftalina. En realidad hace mucho que la televisión pública dejó de ser un factor determinante para las batallas de opinión. Hoy los ingredientes para que arme la masa del afecto o el desafecto político circulan a toda velocidad por las redes, y los hechos informan de la realidad en directo, mucho más que las versiones de los hechos. La televisión pública pudo ser -y estaba empezando a ser- un valioso reducto de la verdad informativa, un bien inapreciable, de los que de veras hacen país, o, si se quiere patria. Comenzaba a ser también un punto de encuentro de opiniones, en una hora en que el encuentro hacía más falta que nunca. Otra batalla perdida para una idea moderna de país.