Pero no lo parece. La situación por la que atraviesa España no da para otra cosa que no sea hablar de lo de todos los días, es decir, de lo mal que nos está poniendo el Gobierno las cosas a los de siempre, a los que pagamos los excesos de los políticos y de los cargos sin escrúpulos de ciertas entidades de ahorro. La situación nos ha hecho trizas incluso la libido. A mí me encanta escribir en los días de canícula sobre temas refrescantes, temas hilarantes, temas que provoquen un pelín al lector en el mejor de los sentidos, sin que llegue la sangre al río, sin polémicas absurdas, sin tener que darle al magín más allá de lo debido. Me temo que no hay forma, que la realidad no da para otra cosa.

El cabreo del personal alcanza al comercio de Zamora que apaga bien apagada la luz de sus escaparates en señal de protesta por todo lo que para los comerciantes suponen las medidas adoptadas por el Gobierno de España. No se venden coches. Los hoteles no llenan. Las terrazas a duras penas logran aglutinar a unos cuantos clientes. El turismo pasa de largo por Zamora. Las rebajas están siendo desastrosas. La Ley de Dependencia pasa definitivamente a mejor vida con fecha 1 de septiembre. El aumento en el Iva no ha sido la solución esperada por los adalides del tijeretazo. El consumo baja considerablemente. Y mientras aquellos que nos gobiernan preparan ya sus vacaciones o disfrutan de ellas, vendiéndonos austeridad, los ciudadanos soportan estoicamente la penosa dieta de «ajo y agua» impuesta por decreto.

La verdad es que son temas poco agradables. Forman parte del verano pero nada tienen que ver con el estío. Son el regalo que nos ha deparado en su primer verano este Gobierno con mayoría súper absoluta salido democráticamente de las urnas. No estamos para frivolidades, ni habladas ni escritas. No obstante me voy a hacer la longuis, voy a aparcar por un día contenidos tan dolorosos y voy a introducir un tema que se debería llevar poco menos que a referéndum nacional. Oiga, llega el verano, los hombres acortan el pantalón, despojan de su encierro de tantos meses en los zapatos a los pies y empiezan a calzar sandalias. Algunas espantosas, algunas de apariencia monacal, otras ciertamente ortopédicas, dignas del mismísimo «Mazinguer Z». No obstante, hasta ahí, todo normalito.

Lo malo viene cuando a los señores se les olvida retirar el calcetín, por mucho que hayan cambiado el de ejecutivo o el de lana de todo el invierno por uno de algodón. Y lucen pantorrilla con la susodicha espantosa sandalia y el calcetín puesto. Para matarlos. No he visto nada más hortera. Los grandes gurús de la moda masculina patria opinan lo mismo que servidora. Los usuarios de moda tan deplorable, ¿acaso no tienen esposas, novias, compañeras o amigas a su lado que les digan que van hechos unos «cristos» y les obliguen literalmente a retirar los calcetines? O son ellas las culpables o las chanclas y sandalias les hacen rozaduras, y por eso. De otra forma no se explica.

Espantoso en los lugares de playa, es decir, en la costa. Horrible tierra adentro, en lugares como Zamora donde semejantes visiones atentan incluso contra el decoro. Porque resulta indecoroso ver por Santa Clara, por la Avenida o por la zona del Castillo, me da igual, a un señor en pantalón corto y calzado de esa guisa. Que, por favor, les proporcionen un espejo. Y si no que se miren en un escaparate. De impresión.