Sorprende recordar ahora el crecimiento económico de los tiempos de bonanza, allá por los albores de este nuevo siglo. Así como el decidido avance del estado del bienestar, fundamentalmente centrado en la salud y la educación, y que iniciaba entonces la cobertura social de la discapacidad dependiente. Es como algo ya lejano en el tiempo, y es que cuando se vive con dificultades múltiples, como en estos últimos años, el paso del tiempo parece ralentizarse.

Una nueva realidad social se configuró en torno a los novedosos factores económicos. Pero, de todos los hechos de carácter socioeconómico que acaecieron en los años de bonanza, cabe destacar, como más significativo y determinante, el alto nivel de capitalización logrado por la clase media. Un bonito idilio que la clase media mantuvo con la riqueza, pero que como toda relación de naturaleza asimétrica e imposible, habría de demostrarse de vida muy corta.

Sonaron las alarmas en los cuarteles del poder económico de alto nivel. Atención, cuidado; una clase media altamente capitalizada, con fácil acceso a altas cotas de bienestar y lujo, es una gran e inasumible amenaza para la clase alta. Para el poder económico de alto nivel la clase media ha de constituir la mano de obra de amplio espectro, y puede tener una posición económica acomodada que propicie un entorno de paz social. Pero, nada más.

Y comenzaron a desarrollar una estrategia con un objetivo claro y definido: el empobrecimiento irreversible de la clase media. Y a fe que lo han conseguido: considerable disminución del valor patrimonial inmobiliario, amplia reducción del ahorro en depósitos bancarios, debido a la necesidad de cubrir la carencia de ingresos propios o familiares, alarmante depreciación de la capitalización bursátil, fuerte devaluación del ahorro a futuro que gestionan los planes de pensiones, y recortes en el estado del bienestar y en las prestaciones sociales, entre otros.

Pero la parte positiva y esperanzadora del asunto es que en algún momento han de parar, pues dado que necesitan a la clase media, tensarán la cuerda hasta justo antes de empezar a romper. Si son listos, y lo son, así lo harán.

La felicidad suele ser inversamente proporcional a la riqueza: a mayor patrimonio, mayor preocupación e inquietud. Y ahora que somos pobres? Pues a lo mejor, y siempre que se disponga de un mínimo nivel de renta que permita una vida digna, tenemos una maravillosa oportunidad de ser más felices.