Desconvocar la huelga del día 29 solo es posible si Rajoy accede a negociar algunos puntos de la reforma laboral. Sus palabras no suelen coincidir con sus hechos, y nada es descartable. Pero no se avista un giro, salvo que espere que los sindicatos aún bajen a mínimos la reivindicación, o los últimos sondeos presagien una movilización realmente masiva. Y no tanto por ella misma como por la cadena de derivadas que, por ejemplo, acabó de hundir a Grecia. Las motivaciones de esta huelga son bastante más graves y apremiantes que las de todas las anteriores. Si su impacto estimula la repetición, el gobierno acabará pidiendo agua por señas.

Subyace al fondo el insoportable cerco impuesto al progresismo democrático. Las gobiernos de la mayor parte de Europa conspiran de manera insensata en sofocar todas las posibilidades de una salida socialdemócrata a la crisis neoliberal. Un error interesado. El pensamiento único es indeseable en cualquier espacio de libertad, pero resulta, además, imposible en el europeo, donde conviven naciones muy diferentes en historia, cultura y sistemas, extraordinariamente resistentes a la artificialidad unitiva. Por más que lo intenten, grosera o sutilmente, nunca podrán convencemos de que eso es malo, como tampoco de que la única salida del fracaso neoliberal sea más de lo mismo, pero en negativo. Lo malo está en la ineptitud política para articular la diferencia, y en el jacobinismo a la inversa que disfraza la involución de revolución y decapita al librepensador discrepante.

La negación de una salida socialdemócrata es la mayor falacia de esta crisis, en la que parece instalada la ramplona invocación a la «mala herencia» como si no se conociera antes de luchar encarnizadamente por el poder. Todos, menos los políticos sin soluciones, damos por descontados los errores que ha traído el cambio, pero esperamos del cambio algo más, bastante más que el facilísimo de la crítica retrospectiva.

«¿Qué hago: eliminar una costosa TV local que ven cuatro gatos, o mantenerla y subir impuestos? ¿Liquidar una Policía Local decorativa o preservarla eliminando ayudas a la dependencia? ¿Rebajar cosméticamente los salarios y bonus de los ejecutivos bancarios, o igualarlos a los de cualquier profesional?». Las respuestas a éstas y otras muchas preguntas, nada metafísicas, describen la diferencia entre el pensamiento único y la renovación en libertad que antepone los derechos de la persona a cualquier otro valor.

François Hollande proclama una alternativa socialdemócrata, que además de allanarle el acceso a la presidencia francesa -pese al torpe ninguneo de los líderes neoliberales que se sienten amenazados- puede convertir en líder de, al menos, la mitad de Europa, al hasta hace poco grisáceo dirigente de un partido nacional. Ideologías aparte, ése es el poder y el prestigio de la diferencia, imprescriptible salvo en dictadura.