La verdad es que nos hemos acostumbrado los españoles, sobre todo en estos tiempos de la crisis, a esperar con ganas el barómetro del CIS, como si necesitásemos que alguien, en este caso una encuesta, nos viniese a ratificar o no la situación que se sufre y las esperanzas con las que se afrontan unas realidades que para la mayoría son tan amargas como largas.

Y en este sentido, no vienen mucho a ayudar precisamente los sondeos mensuales del Centro de Investigaciones Sociológicas, que por otra parte acostumbran a ofrecer una radiografía bastante cercana y acertada dentro de lo que cabe de la situación, tanto generalizada como personalizada. Que durante el mes de febrero, cuando se conoció la reforma laboral impuesta por el Gobierno, haya primado y cundido el pesimismo no es de extrañar, por mucho que ese sea un estado de ánimo que, según insisten los expertos, no sea el adecuado para tratar de enfrentarse a los condicionamientos actuales.

Pero las cosas son como son y no como nos gustarían que fuesen y como deberían ser y hoy por hoy, a los tres meses de llegar Rajoy a La Moncloa, resulta que nueve de cada diez de los ciudadanos consultados por el CIS consideran mala o muy mala la situación económica. Y aunque una mayoría confía en las soluciones que pueda aportar el PP, el grado de confianza ha descendido. Porque, además, muchos temen que el año próximo pueda pasar a ser aun peor que el presente, que ya es decir. El incremento de los impuestos y el recorte en los salarios por el IRPF, lo cual está incidiendo ya directamente en el consumo -vale con darse una vuelta por los comercios y supermercados para verlo- han determinado tal grado de pesimismo, que en porcentajes bate récords o está muy cerca de ello.

Naturalmente, el paro sigue siendo la gran preocupación nacional, por encima de los mismos problemas económicos. Más de un 25% temen que puedan quedarse sin empleo y más de la mitad de los parados encuestados no confían para nada en conseguir encontrar trabajo, pese a que la mayoría de ellos no dudan en declararse dispuestos a ir a trabajar a otra ciudad, a otra región, e incluso a otro país europeo, una opción a la que parecen dispuestos el 27 por ciento de los desempleados.

En estas condiciones, laborales, sociales y anímicas, no es de extrañar que la otra gran preocupación de los españoles siga siendo la clase política, un sentimiento tan generalizado ya que no solo no mengua sino que va en aumento. Casi dos puntos más que hace un mes refuerzan el tercer problema nacional del país según la percepción pública. Después, claro, la corrupción y el fraude, pues el caso Urdangarín debe haber alimentado esta cuestión.

De positivo, en la encuesta de febrero, únicamente puede encontrarse una cosa, aunque hay que coincidir en que es muy importante. Cuatro meses después de que ETA anunciase el fin de la violencia, que no de la banda -y eso sí que es preocupante- la preocupación por el terrorismo ha pasado a ser casi residual, tras largos años de ser uno de los motivos principales de inquietud para los españoles.