Apunta la Red Europea de Lucha contra la Pobreza que la mitad de las familias españolas tiene problemas para subsistir y que una de cada cuatro se encuentra en riesgo de exclusión. Los pobres de traje y corbata son los nuevos sin hogar españoles, víctimas directas de las actuales circunstancias económicas. Personas que de repente se han visto obligadas a pedir ayuda a las Ongs para poder sobrevivir. Esta nueva clase emergente de pobres, tenían un buen trabajo, vivían en la prosperidad, hasta que un Ere en unos casos, el cierre de un negocio en otros o la pérdida de clientes en buena parte de los casos que se registran, los envió directamente a la calle, a engrosar las listas del paro, a pasarlas canutas para llegar a fin de mes, a vivir en el aprieto y en el agobio.

Eran españoles que iban sobrados de dinero. Sus sueldos de tres mil y cuatro mil euros les permitía viajar por el mundo, pagar la hipoteca, llevar a los niños a colegios de élite, esquiar los fines de semana en Baqueira, disfrutar de una buena cena en restaurantes de primera y todo lo que el dinero permite. De la noche a la mañana en lugar de viajar peregrinan, que tiene un fondo más espiritual, con el currículum abreviado en la mano, visitando una empresa detrás de otra, intentando incorporarse nuevamente al mercado laboral. Saben que lo tienen crudo. Sobre todo a partir de cierta edad. La pobreza les ha pillado por sorpresa. Ha nacido una nueva modalidad de pobres. Cáritas los ha bautizado como «pobres de corbata».

Hasta hace poco pertenecían a sectores acomodados de la sociedad. Familias pudientes que se llamaban. Plenas de consideraciones sociales. Gente acomodada. Clase media que ha pasado a pertenecer a la clase baja y que aumenta de día en día. Es terrible pero es así. La crisis se está cargando a la clase media. La crisis no actúa sola, claro. La pobreza se va extendiendo como mancha de aceite por España. Los pobres suman ya 10 millones. Ocho millones y medio se encuentran en situación de exclusión social. El pobre ya no es solo aquel que no tenía donde caerse muerto, que se decía, condenado por una especie de determinismo social a permanecer no solo fuera del sistema de consumo, también fuera del sistema productivo. Pobres de iglesia o de supermercado, que siempre se han confundido con los pobres de profesión. Aquellos que no saben hacer otra cosa, puesto que huyen del trabajo, que pedir para que se les dé a las puertas de templos y grandes superficies.

En la vida de España han irrumpido con fuerza nuevos pobres que introducen en el ánimo de los españoles un factor de desasosiego desconocido hasta la fecha. Son pobres que no encajan con el cliché que de los pobres tenemos. Son los pobres de corbata, más vergonzosos que los pobres de solemnidad a la hora de pedir ayuda. Los mismos que se cobijaban en la dudosa certidumbre de «A mí no me puede pasar». Hasta que les ha pasado. Y es que el hambre ya no tiene un estatus concreto, apunta por doquier con el índice canalla. Ahora le toca a la clase media. Y esto no ha hecho más que empezar.