En esta vida cuando oímos algo que no podemos confirmar lo mejor es cogerlo con pinzas, ya que a lo largo de la historia han sido muchas las situaciones trágicas provocadas por una información errónea. Cuando la Organización Mundial de la Salud -OMS- anunció a bombo y platillo la «posibilidad» -nótese que no es un hecho fehaciente, ni tan siquiera una probabilidad - de que el uso de los teléfonos móviles pueda provocar cáncer uno tiende a desconfiar.

Una de las últimas veces que la OMS dijo «esta boca es mía» fue para anunciar la pandemia del siglo XXI, la que iba casi a exterminar a la población mundial. Bueno, en realidad no dijeron tanto, pero estuvieron cerca. La pregonada mortal pandemia nos costó más de un susto y muchos millones de euros gastados en unas vacunas que sólo sirvieron para mejorar la cuenta de resultados de algunas empresas farmacéuticas.

A pesar de la desconfianza inicial el hecho de vivir pegados a ese pequeño compañero que nos comunica con el mundo y que se llama móvil hace que la semilla de la duda quede sembrada. Afortunadamente vivimos en el siglo XXI, por lo que tenemos infinidad de herramientas a nuestro alcance que nos pueden llevar a, por ejemplo, el Instituto Nacional del Cáncer de los EE UU -cuya web está también en español-. Allí, escarbando un poco, podemos encontrar un estudio que indica que a pesar del uso masivo de teléfonos móviles en la última década, los casos de cánceres cerebrales están estancados desde hace años.

Si hacemos una búsqueda en Google no damos con un solo estudio científico que demuestre la sospecha de la OMS, por lo que uno se pregunta de dónde han sacado semejante conclusión.

Pero aunque absolutamente ningún estudio científico puede demostrar una causalidad entre teléfonos móviles y el cáncer cerebral uno sigue con la duda, por lo que lo mejor es preguntar a un científico, físico para ser más exactos. Entonces nos explicará que «existen algunas frecuencias de radio que pueden llevar energía y dañar nuestras células, provocando cáncer» -como la radiación nuclear-, pero que «la frecuencia usada por los teléfonos móviles está muy por debajo». Posiblemente ese físico también nos cuente que este caso le recuerda al «revuelo que hubo en su día con los microondas» -todos hemos oído en alguna ocasión que provocan cáncer-. También nos explicará que «tanto el microondas como el teléfono móvil trabajan en una frecuencia no ionizante», que hoy por hoy no provocan cáncer. Los microondas hacen vibrar las moléculas de agua de los alimentos y gracias a eso se calientan. Los móviles trabajan en la misma frecuencia, por lo que como mucho nos podrían calentar las manos y las orejas. Mientras tanto, la OMS reúne en París durante una semana a lo más selecto de la comunidad científica internacional para que nos digan que «es posible», que «ni lo afirman ni lo descartan» o que «no está claramente establecido que aumente el cáncer». Por esa misma regla de tres también se podría decir que unos pepinos españoles están provocando muertes en Alemania... ¡Vaya! Eso también se ha dicho sin pruebas científicas. Mientras tanto, en la escala de cinco puntos de los productos más cancerígenos se ha tenido que crear una nueva posición -la 2b- para poder justificar la inclusión de los móviles. Es la categoría de «provoca cáncer pero no lo puedo demostrar». Y yo me pregunto, si tan peligroso es el móvil, ¿por qué recomiendan que «sea el consumidor el que decida»?