Comenzaron las sesiones de las primeras Cortes modernas en la Real Isla de León. Era el 24 de septiembre de 1810. Malogradamente en la historia española los intentos parlamentarios y constitucionales han sido interrumpidos en múltiples ocasiones por la intransigencia, la intolerancia y el nulo respeto a las urnas de los distintos regímenes absolutistas, antidemocráticos y dictatoriales que han tenido lugar en estos últimos doscientos años de historia. Porque conviene recordar que hubo un momento en que España era el epicentro de las propuestas, de las ideas y del constitucionalismo liberal y democrático, tanto de Europa como de América. Y también conviene matizar que los periodos liberales y democráticos no «fracasaron», como reiterada y a veces tendenciosamente se ha escrito, sino que fueron «derrotados», en la mayor parte por golpes militares, por las armas, que no por las urnas o las palabras.

Las Cortes generales y extraordinarias se reunieron el día 24 de septiembre de 1810 a las 9 de la mañana en el Teatro de la Real Isla de León, actual San Fernando. Comenzaba así la apertura de las Cortes que serían conocidas posteriormente con el sobrenombre de las Cortes de Cádiz. Se eligió la Isla de León porque la ciudad gaditana estaba seriamente amenazada por las tropas francesas, por diversas epidemias y por la conveniencia de que, ante una invasión francesa, las Cortes pudieran rápidamente embarcarse y partir a América. Tal y como lo había hecho la familia real portuguesa en 1807 desde Lisboa hacia Brasil.

El Teatro Cómico de la Isla fue el emplazamiento elegido. El espacio interior del Teatro lo presidía un retrato de Fernando VII, en el centro se situó una mesa en la que se colocaron el presidente y los secretarios y a su derecha e izquierda se ubicaron dos tribunas desde las cuales los diputados lanzaron sus oratorias.

No era todo. Una gran medalla colgaba del techo. En ella se representaba a la Nación española en la figura de un león que desenvainando una espada se disponía a combatir todos los agravios que se habían cometido contra ella. Alegoría iconográfica que se completaba con las figuras de la Sabiduría, la Justicia y la Fortaleza. Lo destacable de toda esta iconografía es que en ella también estaban representados los dos hemisferios, el peninsular y el americano.

Ésta sin duda fue una de las grandes singularidades de unas Cortes que contemplaron dar representación a todos los territorios de la Monarquía española, incluidos los americanos y los asiáticos. Por lo tanto, su devenir parlamentario y constitucional trascenderá allende los mares y será un referente parlamentario y constitucional tanto en Europa -Bélgica, Portugal, Sicilia, Nápoles o Noruega- como en América -México, Perú, Ecuador, Brasil-.

Grandes nombres de la historia parlamentaria española comenzaron a legislar desde ese mismo día como Agustín Argüelles, Diego Muñoz Torrero o Antonio Oliveros pero también eminentes diputados americanos como José Mejía Lequerica, Antonio Morales Duárez, Inca Yupanqui o Ramón Power.

La primera propuesta, ya pasada la medianoche, la lideró Diego Muñoz Torrero quien propuso «cuán conveniente sería decretar que las Cortes generales y extraordinarias estaban legítimamente instaladas: que en ellas residía la soberanía». Una cascada de principios liberales se sucedieron, como la división de poderes o la inviolabilidad de los diputados, dada la vigencia de la Inquisición y que todavía podía actuar contra ellos por sus opiniones.

Al día siguiente, el quiteño José Mejía Lequerica propuso que a las Cortes se les reservara el tratamiento de Majestad. Lo cual fue aprobado. Era el 25 de septiembre de 1810. Con ello, un «español americano» cambiaba la historia, ya que hasta entonces, y desde entonces, este tratamiento estaba, está, reservado sólo al Rey. Señas de identidad del liberalismo gaditano.

La revolución liberal en «ambos hemisferios» comenzaba desde la tribuna, desde el poder de la palabra que iba a transformar los súbditos del monarca, tanto españoles como americanos, en ciudadanos de la Nación. Hasta que el Rey reclamó en 1814 lo que pensaba que era suyo y no de la Constitución: la libertad de decidir. ¿Fracaso o derrota?

(*) Catedrático de Historia Contemporánea