Lo que he hecho toda la vida; escribo sobre nuestra tierra, y no sé cuál será mi última tierra, pero la primera fue Zamora, San Martín de Abajo, muy cerca, y no creo que fuera cosa del destino, "El porvenir". San Martín, en aquellas fechas, era un lugar de recreo de la ciudad y un templete de música, y escribo hoy de nuevo sobre nuestra tierra no como recurso, porque el recuerdo de la tierra es siempre un consuelo, sino por pura necesidad sentimental. La tierra son los vivos y los muertos y los muertos siguen viviendo en nosotros y con nosotros, pero no sé cuándo comencé a tener conciencia de la tierra, ese vaho de la historia a la que el Romancero puso música.

Pienso en los caminos de la ciudad cuando me disponía a salir de casa con mi aro. Los caminos elegidos eran en mí una costumbre. No sé inventar caminos nuevos y prefiero repetir los ya inventados. Todavía vuelvo, orilla del Duero, camino de Carrascal a las mismas conversaciones con los profesionales amigos míos.

Siempre fue Valorio el camino elegido. Me gustaba Valorio porque perderme por su simple laberinto era entonces para mí como un placer prohibido. Esos placeres constituyen su mayor encanto.

Más tarde pude sentir el contacto de la tierra llegando a ella a lomos de un burro que ahora pienso si no sería el "Platero" de Juan Ramón Jiménez, el que regresó a Moguer, del Norte, a ver florecer el verde de abril. La josa aquella era como un oasis en el paraíso de un monte bajo. La otra vez fue viajando en el carro de un peón caminero a Corrales. En Corrales la tierra me ilustró con el sentido de la pobreza. Sus casas me pareció que estaban construidas con la corteza de la serenidad. Pensaba si el pueblo no sería una extensión del corral, pero ahora veo, casi en la orilla del cielo las casas construidas por los arquitectos, pero ya no están en el cielo sino más cerca de nosotros, en una burbuja, más cerca del vaho de la tierra. A veces creo toda nuestra tierra es una josa de soledades cercada por mojones de monótona conformidad que gusta de alimentarse con las sopas de ajo, que son una de nuestras "nourritures terrestres" y se olvida de los problemas del pan nuestro de cada día, jugando al mus en las mesas de las tabernas. No sé.

Y no olvidemos que el nombre del pueblo, que se merece la mayor honra porque sé que ha sido hijo del esfuerzo colectivo y de la voluntad de ser del pueblo, una metáfora, porque en los corrales del monte bajo y de las llamadas penillanuras se vive como se puede y se lucha por el pan nuestro de cada día, esperando siempre la plenitud y el ideal.