Los que ya peinan canas recordarán cómo Adolfo Suárez tiñó de rojo un Sábado Santo: los resultados, a la vista están. José Luis Rodríguez Zapatero, también creativo de afición y ejercicio, ha marcado el último Martes Santo con el emblema del puño y la rosa; media docena de cambios, y el Gobierno pinta netamente socialista, sin aditamentos ni apoyaturas extraños. El PSOE asume por entero la tarea, no comparte la responsabilidad y afronta a solas el riesgo. Nada más lejos de un gabinete de concentración que, en la opinión de sedicentes politólogos, convendría para una gestión eficaz de la crisis que no mengua. Es de suponer que Rodríguez Zapatero habrá sopesado bien sus fuerzas, tal como aconseja el clásico, para decidir en la presente coyuntura el atrevido reto «yo y los míos». No siempre la osadía es incompatible con la prudencia; hasta se ha dicho que la fortuna mima a los audaces; pero no sería bueno fiarse siempre de las decisiones repentinas. Ahora preside Zapatero un gobierno recompuesto a su gusto. Companys dijo "por lo bajinis" después de proclamar el "Estat" catalán: «Esto ya está hecho, ahora a ver qué pasa». Pues... ya se verá cómo le rinde a Zapatero su equipo monocolor; en todo caso y por la cuenta que a todos nos tiene, cumple desear que el éxito justifique la renovación ministerial, aunque un somero análisis no permita concebir demasiadas esperanzas.

Tal vez piense el ciudadano de la calle que los ministros que han cesado fueron elegidos en su día porque eran los mejores elementos del banco del partido; lo que significa que fueron preferidos a los que ahora han sido llamados a jugar. Comentaristas de la "rabiosa actualidad" se han apresurado a establecer comparaciones entre los que se van y los que vienen; y los resultados se muestran dispares. En efecto, comparando miembro a miembro -o "miembra" a miembro- no todos los sustitutos salen favorecidos sobre los cesantes: Ni Elena Salgado pasa por economicista de la categoría y experiencia de Pedro Solbes, ni a Trinidad Jiménez se le suponen los conocimientos científicos de Bernat Soria; mucho menos podría parangonarse la acreditada cineasta Angeles González-Sinde con el acreditado intelectual César Antonio Molina... En cambio, José Blanco no desmerece de su antecesora en Fomento, la "réproba" del Congreso como la califica nuestro conocido "Castelar" del cafelito mañaniego. Sin embargo, no hay que conceder mucha importancia a estas comparaciones, lógicamente odiosas para los peor tratados; además, cada cual tiene su carisma, según me adoctrinó en cierta ocasión, hablando de párrocos el Obispo Uriarte. Para conocer la calidad de los políticos, es preciso someterlos a cala, como a los melones.

«Suerte tengas que el saber no te vale», podría desear al sucesor el sabio fracasado en el cargo. Pongamos por ejemplo, el caso sobresaliente de Bernat Soria: Vuelve el investigador donde solía, a reverdecer y multiplicar aquellos méritos que mucho ponderaron para justificar su nombramiento ministerial; sin pena debería decir adiós a la política que tan esquiva se le ha mostrado. Va a tener razón José Blanco, político de nación y ejercicio. El hombre ha confesado que por la irresistible vocación sacrificó su incipiente carrera de Derecho: acaso Galicia se perdió un hábil picapleitos, pero el partido socialista se ganó un excelente muñidor. Julián Besteiro, gran señor, catedrático y figura eminente del Derecho no alcanzó en el partido la importancia que tuvo el estuquista Largo Caballero, del cual nadie dijo que fuera una buena persona; y entre los socialistas notables de Madrid abundaron tipógrafos y trabajadores del Sindicato de las Artes Blancas, poética denominación de oficios relacionados con la harina. Abusando de la metáfora, no resulta extraño decir que, metido en el polvo de Fomento, José Blanco se ha propuesto como modelo a Indalecio Prieto. El popular "don Inda" sufrió -lo cuentan los cronicones de la época- la enemistad, cruenta y larga de Largo Caballero. Y hubiera sido un gran ministro de Obras Públicas sin en el lamentable episodio del "túnel de la risa", que le obligó a dimitir. Cosas de la política: el famoso túnel así como la estación ferroviaria de Chamartín fueron terminados e inaugurados por el zamorano Federico Silva Muñoz, llamado "Ministro Eficacia". Sería curioso y digno de aplauso que José Blanco heredara el honroso remoquete. En el Noroeste se lo atribuirán si se da prisa en inaugurar el AVE a Galicia.