Cada político busca con apresurado afán una fotografía que le catapulte a la inmortalidad. Aznar la buscó en Las Azores y sólo consiguió el escarnio de su tiempo, si es que aquella tétrica imagen no fue el detonante del mayor atentado de la historia de este país, el infausto 11-M. Aznar no lo sabía, pero jugó con fuego y ardió su Gobierno -y su prestigio- por los cuatro costados. Zapatero, que es un tipo fotogénico por más que estos años de ejercicio de poder han trocado en torva mueca la sonrisa proverbial y primigenia, busca su momento de gloria al lado de Obama como Aznar quiso encontrarla bajo el ala derecha del halcón de Bush. En el fondo, ambos presidentes del Gobierno coinciden en la misma evidencia: para salir en la foto hay que posar al lado del amigo americano. Sorprende que Zapatero no se levantara al paso de la bandera de las barras y estrellas y huyera de Kosovo sin previo aviso y ahora pierda el culo por el abrazo de Obama y la posteridad.